Viernes, 7 de enero de 2022

San Raimundo de Peñafort

Lecturas:

1 Jn 3, 22 – 4, 6.  Examinad si los espíritus vienen de Dios.

Sal  2.   Te daré en herencia las naciones.

Mt 4, 12-17. 23-25. Está cerca el Reino de los cielos.

Después de la Epifanía, la Palabra nos va mostrando la misión de Jesús: proclamaba el evangelio del reino, y curaba toda dolencia del pueblo.

Jesús comienza a predicar en Galilea, región amenazada por el peligro del paganismo. Con este gesto de Jesús, se nos invita de descubrir que en Jesús se cumple el anuncio hecho por los profetas: que la salvación llegará a todos los hombres. Los paganos tienen cabida en la Iglesia, pues la luz del Evangelio debe alumbrar a los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte.

Y para poder acoger esta buena noticia y poder ser curados la Palabra nos invita a una actitud fundamental: convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

Más allá del moralismo, la conversión es una conversión a Jesucristo. Es proclamar a Jesucristo Señor de tu vida, de toda tu vida. Proclamar que la luz de Jesucristo ilumina todas las dimensiones de tu vida.

Pero, para ello necesitamos el Espíritu Santo. Necesitamos tener discernimiento: no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo.

Porque la gran tentación de todos los tiempos -que denuncia san Juan en su carta- es la de falsificar a Jesucristo. Es decir, “fabricarnos” un Jesucristo a la medida de nuestros deseos.

San Juan nos da algunos criterios de discernimiento para saber si estamos acogiendo al verdadero Jesucristo.

Confesar que Jesús ha venido en carne… Quien conoce a Dios nos escucha. Es decir, confesar que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, es el Señor, el Salvador. Vivir la fe en la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo y vivir la fe tal y como nos la propone la Iglesia.

Guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Creer es obedecer y vivir en la voluntad del Señor.

Que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino (cf. Porta fidei 14).

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios