Viernes, 30 de julio de 2021

San Pedro Crisólogo

Lecturas:

Lv 23,1.4-11.15-16.27.34b-37.  En las festividades del Señor os reuniréis en asamblea litúrgica.

 Sal 80.  Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mt 13, 54-58 ¿No es el hijo del carpintero? ¿De dónde saca todo eso?

La primera lectura nos muestra las fiestas que Dios manda celebrar a su pueblo.

Israel celebra al Dios fiel de la Alianza, que actúa y salva en la historia: es el Creador al que se le conmemora cada sábado; es el Libertador de Egipto al que se celebra no sólo el día del sábado, sino sobre todo en la fiesta de Pascua; la fiesta de los Tabernáculos recuerda el camino por el desierto y el tiempo de los esponsales con Yahveh; la fiesta de las Semanas (pentecostés) celebra el don de la ley en el Sinaí.

La fiesta transforma la historia en esperanza: la fidelidad de Dios, mostrada en la historia, asegura el futuro del pueblo.

La fiesta hay que vivirla como pueblo, en asamblea litúrgica. Para poder vivirla, has de contemplar la obra que Dios está haciendo en tu vida, has de llenarte de gozo por la presencia y la fidelidad de Dios. Este gozo es auténtico cuando brota de un corazón contrito y purificado, de un corazón que desea vivir haciendo la voluntad de Dios.

Por eso, también es importante que hagas el calendario festivo de tu vida, que hagas memoria de los grandes acontecimientos de la historia que Dios está haciendo contigo. El tener sellada en tu corazón la certeza de la fidelidad de Dios te ayudará a poder caminar por cañadas oscuras y poder decir entonces, con luz del Espíritu Santo: nada temo, porque tú vas conmigo, aunque no te pueda ver con mis ojos…

La Iglesia concentra la fiesta en la celebración en el Misterio Pascual conmemorado en la Eucaristía, que congrega a la comunidad el domingo, día de la resurrección del Señor. No podemos vivir sin la Eucaristía, y no acabamos de disfrutar de la Eucaristía si no vivimos la presencia de Dios en nuestra vida, cuando estamos lejos de su voluntad.

Por otra parte, el Evangelio nos invita a la fe, a no despreciar a Jesús porque a veces las apariencias nos hacen dudar o nos escandalizamos de su Palabra.

Si crees, verás la gloria de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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