Viernes, 27 de mayo de 2022

San Agustín de Canterbury

Lecturas:

Hch 18, 9-18.  Pablo permaneció un año y seis meses, enseñando la palabra de Dios.

Sal 46, 2-7.  Dios es el rey del mundo.

Jn 16, 20-23.  Volveré a veros y de nuevo os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar.

Tanto ayer como hoy, Jesús nos habla en el Evangelio de la alegría del discípulo: mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría… Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría.

La alegría de la que habla Jesús no es un mero sentimiento. No es un entusiasmo pasajero que nace de escuchar la Palabra y que destruye la tribulación: hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes, y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben (cf. Mc 4, 16-17).

Es la alegría del encuentro con Jesucristo vivo y resucitado. Es la alegría que brota de la certeza de que Dios no deja de amarte nunca; de la experiencia de que el Señor Resucitado está contigo todos los días hasta el fin de los tiempos; la alegría que nace de la certeza de que no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

La alegría cristiana es uno de los frutos del Espíritu (cf. Gal 5, 22); muchas veces va unida al dolor, a la cruz; pero desemboca en la vida nueva que es la Pascua del Señor, que hace nuevas todas las cosas.

Volveré a veros… Ese día no me preguntaréis nada. ¿Qué día? Desde la resurrección del Señor, la comunidad cristiana, iluminada por el Espíritu Santo, que manda su luz desde el cielo, tendrá una nueva visión de la vida. El Espíritu Santo, dulce huésped del alma, iluminará interiormente a todos sus miembros y les hará conocer todo lo que sea necesario.

Que en este tiempo de gracia la experiencia de que el Señor está contigo haciéndolo todo nuevo te lleve a aclamar a Dios con gritos de júbilo porque tienes la certeza de que no hay nada ni nadie que te pueda separar del amor de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón  (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios