Viernes, 25 de febrero de 2022

Lecturas:

Sant 5, 9-12.  Mirad: el juez está ya a las puertas.

Sal 102.  El Señor es compasivo y misericordioso.

Mc 10, 1-12  Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

La alabanza y la paciencia son signo de haber acogido el don del Espíritu Santo y de vivir en la gratuidad.

Cuando uno vive en su vida la experiencia del amor gratuito de Dios, de sus labios brota la gratitud, la bendición, la alabanza. Porque todo lo recibe como un signo del amor de Dios y, entonces, la alegría y la confianza impregnan toda su vida: son el buen olor de Cristo (cf. 2 Co 2, 15).

En cambio, cuando no acabamos de dejar entrar al Espíritu Santo en nuestro corazón, éste fácilmente se ve atrapado por la murmuración, el juicio, la queja y el resentimiento.

Porque le falta luz para ver. Porque el Espíritu Santo es el que nos hace ir más allá de las apariencias, es el que transfigura las cosas y las hace nuevas, el que convierte la cruz en fecunda y gloriosa.

Por eso, No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados.

Además, nos invita a la paciencia: Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas. La paciencia es uno de los frutos del Espíritu Santo. La paciencia cotidiana es un signo de amor, que es paciente… no se irrita… todo lo espera (cf. 1 Co 13, 4-7).

Especialmente, en medio de las dificultades, de la incomprensión, de las persecuciones, estamos llamados a tomar como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas. Y al mismo Jesús, que aprendió sufriendo a obedecer. Así, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (cf. Rom 5, 3-5).

Así estamos llamados a vivir como hijos de Dios que no deja de amarnos nunca, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; y a vivir como discípulos de Jesucristo que es manso y humilde de corazón.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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