Viernes, 20 de agosto de 2021

San Bernardo Abad

Lecturas:

Rut 1,1.3-6.14b-16.22. Noemí, con Rut, la moabita, volvió a Belén.

Sal 145. Alaba, alma mía, al Señor.

Mt 22, 34-40 Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Comenzamos el libro de Rut, una extranjera que conoce a Dios y experimenta su providencia. Esta «extranjera» será antepasada de David y el evangelista Mateo la insertará en la genealogía de Jesús.

La vida de Rut se va construyendo a lo largo del difícil camino de toda su vida: Dios está presente en su historia y actúa en ella. Nada acontece por casualidad, todo tiene sentido, aunque a veces no lo veamos. Rut y Noemí son signo del resto de Israel, fiel a su Señor.

Es una invitación a vivir confiadamente en el Señor que te ama y cuida de ti cada día, que está haciendo contigo una historia de amor y de salvación. Es una invitación a encontrarte con el Señor en medio de tu historia, de tu vida de hoy, y a hablar con Él ahí, en tu vida, en tu historia… ¡Descansa en Él! ¡Nadie te ama como Él!

En el Evangelio vemos cómo los fariseos quieren tender una trampa a Jesús, obligándole a tomar partido en una cuestión que era controvertida: ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

La respuesta de Jesús muestra que lo decisivo no es saber cuál es el mandamiento más importante, sino buscar el origen de todos ellos:  el hombre ha sido creado a imagen de Dios, y Dios es amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama.

Es decir, el hombre se realiza como persona en la medida en que ama con un amor como el de Dios: gratuito, fiel, generoso, total. En la medida en que sale de sí mismo y puede donarse.

Amor a Dios y al prójimo están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios. Antes que un mandato, el amor es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar (Benedicto XVI).

Este evangelio también nos llama a acercarnos al Señor con un corazón recto. No como los fariseos que quieren ponerlo a prueba, sino como hemos cantado en el Aleluya: Dios mío, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad.

Acercarnos al Señor no para que te diga lo que quieres oír y para que haga tu voluntad, sino para dejar que Él sea el único Señor de tu vida, de toda tu vida. Y dejar que la cambie como Él quiera.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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