Viernes, 18 de febrero de 2022

Lecturas:

Sant 2, 14-24. 26. Lo mismo que el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

Sal 111.  Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor.

Mc 8, 34 – 9, 1.  El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

Decíamos ayer que la fe se verifica en el amor al prójimo. La fe no es una teoría, una idea, sino una vida y, por tanto, si la fe es auténtica se manifiesta en las obras, en la vida: Una fe sin obras es una fe muerta. Las obras no son la causa de la salvación, pero son el signo de la autenticidad de la fe (cf. Gal 5 y Mt 25, 31s), de haber acogido la salvación: de lo que hay en el corazón rebosan los labios.

Porque fe también tienen los demonios. Nos lo ha dicho Santiago: Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien. Hasta los demonios lo creen y tiemblan. Lo que los demonios no tienen es esperanza ni caridad.

Por eso, la Palabra te hace una invitación a tomarte la vida en serio: Dios te ha creado libre, pero la libertad tiene consecuencias… La vida no es un juego. Te puedes perder: ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?

Hay uno que tiene mucho interés en que te pierdas: Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe (cf. 1 Pe 5, 8-9). El diablo tratará de hacerte dudar del amor de Dios, de sacarte de la comunidad, de generarte miedos y desconfianzas para que te quedes atrapado en tu soledad…

Para saber elegir has de ir por el camino de la humildad. Nos lo ha recordado el Salmo: Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos.

Para saber elegir, necesitas el Espíritu Santo. ¡Pídelo! Necesitas que avive en ti el don de consejo, para conocer cuál es la voluntad de Dios para tu vida.

Sí. La voluntad de Dios. Porque si quieres ser discípulo...: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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