Viernes, 14 de enero de 2022

San Juan de Ribera

Lecturas:

1 Sm 8, 4-7.10-22a.  Gritaréis contra el rey, pero Dios no os responderá.

Sal 88, 16-19.  Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Mc 2, 1-12.  El Hijo del Hombre tiene potestad para perdonar pecados

Hoy contemplamos la escena del paralítico perdonado y curado.

Este Evangelio nos invita a descubrir, varias cosas. En primer lugar, que la peor dolencia es el pecado, es cerrar el corazón al Señor, porque de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma. La peor “parálisis” de todas es la del alma, que es causada por el pecado.

Además, nos invita a descubrir que Jesús no es un curandero. Jesús es el Salvador. Jesús no sólo tiene el poder de curar el cuerpo enfermo, sino también el de perdonar los pecados. La curación física es signo de la curación espiritual que produce su perdón.

El paralítico es imagen de toda persona a la que el pecado impide moverse libremente, caminar por la senda del bien, dar lo mejor de sí. El mal, anidando en el alma, ata al hombre con los lazos de la mentira, la ira, la envidia y los demás pecados, y poco a poco lo paraliza.

El pecado es una especie de “parálisis” del espíritu. Una parálisis que nos impide salir de nosotros mismos, nos impide “descentrarnos” de nosotros mismos, para poner el centro donde debe estar: en Jesucristo. Una “parálisis” que nos impide amar al otro y amar al Otro.

El hombre pecador necesita la misericordia de Dios, que Cristo vino a darle, para que, sanado en el corazón, toda su existencia pueda renovarse (Benedicto XVI).

La Palabra hoy nos invita a entregarle al Señor nuestra parálisis y a recibir de Él el perdón que nos reconstruye. Para eso nos ha dejado el sacramento de la Penitencia.

También nos invita a acercar a otros “paralíticos” y ponerlos a los pies de Jesús por medio de la oración, a intercesión, la amistad espiritual, el sabio consejo, el acompañamiento… siempre desde la humildad, la compasión y la misericordia.

Y la alegría de sabernos amados y perdonados, de sabernos salvados, nos llevará cada día a dar gloria a Dios, a contar a la futura generación las alabanzas del Señor, su poder…, a poner nuestra confianza en Dios… y así poder entrar en su descanso… Con la certeza de que no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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