Viernes, 11 de febrero de 2022

La Virgen de Lourdes

Lecturas:

1 Re 11, 29-32; 12, 19. Israel se rebeló contra la casa de David.

Sal 80.  Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.

Mc 7, 31-37.  Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

La Palabra nos presenta la situación en que se encuentra el hombre después del pecado original: interiormente se ha vuelto sordo y mudo.

Fácilmente vive en la desconfianza que le lleva a dudar del amor de Dios y a mirarle como un rival. Y esta desconfianza puede terminar cerrando su oído para escuchar la Palabra; cerrando sus ojos para poder ver el amor y la acción de Dios en medio de su vida; cerrando sus labios para proclamar las maravillas de Dios. Y por ese camino, terminar viviendo en una profunda soledad.

Por eso, la Iglesia, nos invita todos los días a comenzar la Liturgia de las Horas con una llamada a la conversión: ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón.

Tú no te das la vida a ti mismo. Necesitas a Jesucristo, el Salvador. Y, como nos decía la Palabra el Domingo pasado, Dios crea por la Palabra y, curará tu sordera y tu mudez en la medida en que vayas escuchando y acogiendo su Palabra: una Palabra tuya bastará para sanarme.

En tu bautismo el sacerdote tocando tu boca y tus oídos, dijo: Effetá, ábrete. Y oró por ti para que pronto pudieras escuchar la Palabra de Dios y se soltara tu lengua para confesar la fe y alabar al Señor.

Por el Bautismo, comenzamos a respirar el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo.

Y así, toda la vida cristiana no es más que dejar que el Espíritu Santo haga crecer y madurar en ti la semilla recibida en el Bautismo.

Pero el sacramento del bautismo no es magia. El bautismo abre un camino que hay que recorrer, inicia una vida nueva que hay que vivir. Y la meta ya sabes cuál es: el cielo, la vida eterna.

Nos introduce en la Iglesia, en la comunidad de los que son capaces de escuchar y de hablar; nos introduce en la comunión con Jesús mismo, nos da el Espíritu Santo.

La Palabra nos muestra también dos signos claros de tener abierto el oído y escuchar al Señor: la obediencia al Señor:  Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino; y el vivir en la bendición, en la alabanza, dando gracias a Dios, porque todo lo ha hecho bien.

Al cielo se entra cantando el magnificat, tu magnificat: proclamando que Dios ha mirado tu pequeñez y ha hecho obras grandes en ti.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios