Viernes, 10 de septiembre de 2021

Lecturas:

1 Tim 1, 1-2. 12-14. Antes era un blasfemo, pero Dios tuvo compasión de mí.

Sal 15. Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.

Lc 6, 39-42. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

San Pablo confiesa a Timoteo su experiencia de la primera y principal de las verdades de la fe cristiana: el amor gratuito de Dios.

Y también la elección por puro amor: Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí… la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí.

Dios te ama, te ha creado por amor. No existes por “casualidad”. Y te ha creado para que tengas vida, para que seas feliz. Para ello, te «llama» a una vida de relación, de intimidad, de comunión con Él. Quiere hacer contigo una historia de amor y de salvación. Todo es don, todo es gracia, todo es vocación.

Toda tu vida es ir respondiendo a esta llamada del Señor. Este es el camino del discipulado.

Por eso, si le abres el corazón, si vives esta historia de amor, nunca estarás solo. Vivirás lo que hemos cantado en el Salmo: El Señor es el lote de mi heredad…

Y tendrás luz en tu vida, no serás un ciego guiando a otros ciegos, porque bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.

Y no podrás vivir en el juicio al hermano fijándote en la mota que tiene tu hermano en el ojo sin reparar en la viga que llevas en el tuyo.  Un discípulo no juzga a nadie. El juicio le corresponde únicamente a Dios.

Primero, porque se sabe perdonado. Sabe que no es mejor que otros: que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí. Y, por tanto, de su corazón brota una mirada de misericordia.

También, porque se sabe pecador en camino de conversión y antes de mirar la mota del ojo del hermano, mira la viga que hay en el suyo.

Y, además porque sabe que solo Dios es quien conoce toda la verdad, el único que sabe qué es lo que hay en el corazón del hombre. Nosotros, como mucho vemos las apariencias externas, pero no conocemos la intención que hay en el corazón del hermano.

Si nos acostumbramos al juicio, esto acaba deformando nuestra conciencia y acaba dañando la comunidad.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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