Viernes, 1 de octubre de 2021

Santa Teresita del Niño Jesús

Lecturas:

Bar 1,15-22. Pecamos contra el Señor no haciéndole caso.

Sal 78. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.

Lc 10,13-16. Quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado

La Palabra que el Señor hoy nos regala es una llamada a la conversión. El Aleluya nos da la clave: No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor.

Jesús echa en cara a las ciudades del lago, Corozaín y Betsaida, que a pesar de ver tantos milagros no se hayan convertido. Tal vez, porque se quedaron en ser simples curiosos, meros espectadores.

Esa es la gran tentación: quedarnos en simples curiosos o simpatizantes que no acabamos de creer en Jesús.

Podemos hacernos los “sordos”. No querer escuchar la voz de Dios que nos habla a través de su Palabra, escuchada en comunión con la Iglesia: Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y a través de los acontecimientos de la historia, de tu historia, que es Historia de amor y salvación.

La conversión es fiarse de Dios, fiarse de su Palabra y dejar que su Palabra vaya iluminando y cambiando tu vida; es dejar que Jesucristo sea Señor de tu vida, ¡de toda tu vida! Que no haya ningún rincón de corazón, ninguna “parcela” de la que Jesucristo no sea el Señor.

«Convertirse» es vivir no con los criterios del mundo, sujetos al vaivén de las modas o los impulsos de tus pasiones; sino vivir con los mismos sentimientos y actitudes que Cristo Jesús, obedeciendo a la voluntad de Dios Padre (cf. Flp 2, 5-11).

¿A quién “obedeces” cada día? ¿A ti mismo? ¿Al mundo? ¿A la gente? Sólo de Dios viene la vida, sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna. Esa es la experiencia que muestra el pueblo de Israel en la primera lectura: hemos desobedecido al Señor… seguimos nuestros malos deseos sirviendo a otros dioses y haciendo lo que reprueba el Señor. Esa es la causa de estar mal

No hay que tener miedo a la debilidad, sino a la soberbia. El humilde se acerca al Señor, como el publicano del Evangelio, a pedir un corazón nuevo.

El soberbio, le cierra el corazón a Dios porque se cree que él mismo es el dios de su vida.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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