Sábado,16 de octubre de 2021

Santa Margarita María de Alacoque

Lecturas:

Rm 4,13.16-18. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza.

Sal 104. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

Lc 12, 8-12.   El que blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado.

El Evangelio de hoy nos dice que al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.

¿Qué es blasfemar contra el Espíritu Santo? Dice San Juan Pablo II, en la encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo (46s), que esta blasfemia no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo, sino en no aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo.

La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido derecho de perseverar en el mal —en cualquier pecado— y rechaza así la Redención.

El hombre encerrado en el pecado hace imposible por su parte la conversión y, por consiguiente, también la remisión de sus pecados. Esta es una condición de ruina espiritual, dado que la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al hombre salir de su autoprisión y abrirse a las fuentes divinas de la purificación de la conciencia y remisión de los pecados.

Así, la acción del Espíritu de la verdad encuentra en el hombre que se halla en esta condición una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que es lo que la Sagrada Escritura suele llamar dureza de corazón.

No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo.

Por eso, la conversión es la tarea de cada día: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. No endurezcáis vuestro corazón.

No hay que tenerle miedo a la debilidad que, bien vivida, nos lleva al dolor de los pecados y a confesarlos en el Sacramento de la Penitencia, viviendo en la humildad con una sincera actitud de conversión.

A lo que hay que temer es a la arrogancia, a la soberbia y a la dureza de corazón, que nos lleva a permanecer en el pecado cerrándonos a la gracia.

Pide el don del Espíritu Santo, que te conceda un corazón contrito y humillado.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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