Sábado, 2 de julio de 2022
Lecturas:
Am 9, 11-15. Haré volver los cautivos de Israel y los plantaré en su campo.
Sal 84. Dios anuncia la paz a su pueblo.
Mt 9, 14-17. El vino nuevo se echa en odres nuevos.
El Evangelio de hoy nos anuncia que ha terminado la antigua Alianza para comenzar la nueva. Y el Reino que llega, no puede ser acogido con una simple reforma, sino que requiere un cambio radical, es decir desde la raíz más profunda del corazón: requiere la conversión (cf. Mt 4, 17).Por eso, ahora no es tiempo de ayuno, señal de tristeza y penitencia; sino tiempo de alegría, porque Jesucristo es el Esposo, cuya presencia no permite más que gozo y alegría. Es un ayuno orientado a la vigilancia, a la espera del Esposo, que viene: ¡Maranathá, ven Señor Jesús!
Jesús es el Esposo enamorado de su pueblo. Él inaugura los tiempos nuevos: tiempos de gracia y de misericordia.
Por eso, a vino nuevo, odres nuevos. Seguir a Jesús no es un mero cambio de “look”, un maquillaje, un cambio de apariencia.
No. Escuchar la llamada de Jesús, que te dice: Ven y sígueme es comenzar una vida nueva: hay que nacer de nuevo, nacer de agua y de Espíritu (cf. Jn 3, 3-5).
Jesús no quiere poner un parche en tu vida, no quiere ponerte una tirita, quiere hacerte un trasplante de corazón: cambiar tu corazón de piedra regalándote un corazón nuevo, un corazón de carne (cf. Ez 36, 25-28).
Esta operación –si tú le dejas– la irá haciendo el Espíritu Santo en ti, porque para Dios no hay nada imposible (cf. Lc 1, 37).
Y ¿cómo lo hará? El Aleluya nos ha dado una clave importante: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen.
Escuchar, confiar, obedecer, seguir al Señor, dejarse guiar por su Espíritu: ¡ese es el camino del discípulo!
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).