Sábado, 19 de noviembre de 2022

Beatas Ángeles Lloret Martí y compañeras

Lecturas:

Ap 11, 4-12.   Estos dos profetas eran un tormento para los habitantes de la tierra.

Sal 143.   Bendito el Señor, mi Roca.

Lc 20, 27-40.   No es Dios de muertos, sino de vivos.

La Palabra hoy nos habla de la vida eterna, que es la meta hacia la que caminamos. Dios te ama tanto, que no te ha creado para vivir unos cuantos años… Te ama tanto que te ha creado para vivir con Él para siempre, para toda la eternidad. La meta de tu vida no es llegar a viejo sino llegar al cielo.

La vida eterna no es una simple continuación de esta vida, sino una vida nueva y distinta, una vida en plenitud que no alcanzamos a comprender con nuestra mentalidad terrena: ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios tiene preparado para los que le aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu (cf. 1 Co 2, 9-10).

Y la Palabra hoy nos invita a descubrir que el para llegar al cielo hemos de vivir la misma vida de Jesús: Un discípulo no es más que su maestro (cf. Mt 10, 24).

Estamos llamados vivir el misterio pascual en nuestra vida. La clave está en vivirlo todo con el Señor, como el Señor por el Señor: en la vida y en la muerte somos del Señor (cf. Rom 13, 7).

De esto nos habla también la primera lectura. La Iglesia está representada en la imagen de estos dos testigos-profetas. En su misión gozan de la protección de Dios; del poder del Espíritu Santo, que hace fecunda su misión y los convierte en instrumentos en las manos de Dios al servicio de toda la humanidad.

Tendrán como premio la participación en la gloria de Dios, pero siguiendo el mismo camino de Jesús, pasando por la dura experiencia de la persecución y la muerte. Incluso podrá parecer en algún momento que triunfe la bestia, pero después de tres días y medio cambiará la situación: los testigos resucitarán gracias a la intervención de un espíritu de vida procedente de Dios que entró en ellos, y se pusieron de pie, y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna (cf. Jn 12, 24-25).

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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