Sábado, 11 de febrero de 2023

Nuestra Señora de Lourdes

Lecturas:

Gén 3, 9-24.  El Señor Dios lo expulsó del jardín del Edén, para que labrase el suelo.

Sal 89.  Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Mc 8, 1-10.  La gente comió hasta quedar saciada.

La primera lectura nos muestra las consecuencias del pecado original.

Se predice que, durante toda la historia continuará la lucha entre el hombre y las fuerzas del mal.

Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios.

Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo.

       El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (cf. Rm 8,28; Catecismo 394s).

La Palabra muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original. Tienen miedo del Dios de quien han concebido una falsa imagen.

La armonía en la que se encontraban queda destruida, el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra; la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio.

La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. El hombre "volverá al polvo del que fue formado". La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad.

Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. La inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos. La transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente.

Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia").

El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

       Pero tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. Este pasaje del Génesis ha sido llamado Protoevangelio, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

       La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del nuevo Adán que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán.

      Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

       ¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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