Miércoles,17 de noviembre de 2021

Santa Isabel de Hungría

Lecturas:

2 Mac 7,1.20-31. El Creador del universo os devolverá el aliento y la vida.

Sal 16. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.

Lc 19, 11-28.  ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?

Escuchamos hoy en el Evangelio la parábola de los talentos (en la versión de san Lucas), con la que el Señor nos llama a la conversión a la gratuidad.

Todo lo que eres y lo que tienes es don de Dios. Tú no te has dado la vida a ti mismo. Y además de la vida, Dios te ha dado otros dones gratuitos que el Espíritu te concede para una misión que te encomienda. Todo es don, todo es gracia.

No tenemos ‘derecho’ a estos talentos. Son dones gratuitos que Dios da como quiere y cuando quiere; y están destinados no al lucimiento personal sino al bien de la comunidad, que crece bajo la acción del Espíritu Santo.

Esa comunidad de pobres, pero de pobres amados por Dios y salvados por Jesucristo, porque Dios ha escogido lo débil del mundo… para humillar lo poderoso… de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Y todo para gloria de Dios.

¿De qué vas a presumir si todo lo que tienes te lo ha dado el Señor?

El primero de estos dones es el Espíritu Santo mismo, que ha sido derramado en nuestros corazones y pone en ellos la caridad, el amor fraterno (cf. Rom 5, 5).

Los auténticos dones del Espíritu se reconocen en la confesión que Jesús es el Señor, verdadero Dios y verdadero hombre; en que buscan el bien común y van apareciendo los frutos del Espíritu (cf. Gal 5, 22s).

Nos lo ha recordado el Aleluya de hoy: Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.

Lo que Cristo nos ha dado se multiplica dándolo y se pierde cuando uno lo esconde por miedo o utiliza en provecho propio y quiere robarle la gloria a Dios: al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.

Esperar el Reino de Dios es trabajar y arriesgar por él. La despreocupación del holgazán es muy seria: en el fondo, el siervo desconoce a Dios; quiere vivir una falsa seguridad.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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