Miércoles, 7 de julio de 2021

Lecturas:

Gn 41,55-57; 42,5-7.17-24a. Estamos pagando el delito contra nuestro hermano.

Sal 32. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Mt 10, 1-7.  Id a las ovejas descarriadas de Israel.

Escuchamos la impresionante historia de José, vendido por la envidia de sus hermanos. Una historia, como la tuya y como la mía, llena de cosas que no entiendes.

Una historia en la que también aparece el pecado: el que tú haces y el que hacen otros y te afecta a ti; como tu pecado afecta tantas veces a los demás.

Pero una historia en la que José deja entrar a Dios, pone a Dios en el centro, y entonces el Espíritu Santo la transforma en historia de amor y de salvación.

Entonces, como dirá san Pablo (cf. Rom 8, 28): en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”: Dios escribe recto con renglones torcidos.

Por eso, esta palabra te invita a que dejes entrar a Dios en tu vida y le dejes ser el Señor de tu historia, y a pedir cada día el don del Espíritu Santo: Él hace nuevas todas las cosas; Él puede sacar bien del mal, puede sacar vida de la muerte, puede convertir la cruz en resurrección y gloria.

José tampoco se venga de sus hermanos, ni los juzga ni los condena. Como tiene a Dios en su corazón, puede mirar a sus hermanos con los ojos de Dios, y así compadecerse de ellos y tener una mirada de misericordia.

Esta es también la perspectiva del Salmo: Dios es Señor de la historia. ¡No tengas miedo! Déjate llevar por el Señor, deja que Él haga los planes de tu vida. Él te ama más que nadie y sus ojos -ojos de amor y misericordia- están puestos en ti, para que tengas vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).

Él, y sólo Él, por el don del Espíritu Santo, puede transformar la rutina de tu vida en un regalo nuevo cada día.

El Evangelio nos recuerda la llamada. Todo en el ser persona y en el ser cristiano es vocación, llamada. El Señor te ha llamado y te llama cada día por tu nombre, porque te ama: no existes por casualidad. Dios te ama, te llama a la vida, a seguirle, a una vocación concreta…, pero, en definitiva, te llama a la santidad.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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