Miércoles, 30 de marzo de 2022

Lecturas:

Is 49, 8-15.  Te he constituido alianza del pueblo para restaurar el país.

Sal 144, 8-9.13-18. El Señor es clemente y misericordioso.

Jn 5, 17-30. Quien escucha la palabra del Hijo y cree en el Padre ha pasado ya de la muerte a la vida.

A lo largo de nuestro caminar por este mundo, como peregrinos hacia la meta definitiva, que es el cielo, experimentamos la debilidad y la precariedad, propias de nuestra condición humana y del complicado tiempo que estamos viviendo: siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión (cf. 2 Co 5, 6-7).

Y así vivimos la experiencia del dolor, del sufrimiento, del fracaso, del pecado, de la debilidad… Y como toda experiencia, la podemos vivir con el Señor o sin Él...

La gran tentación que nos provocará el diablo es hacernos dudar del amor de Dios, para atraparnos en la tristeza y en la desesperanza.

Y hoy el Señor nos da una Palabra sobre todo esto: ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura… Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré… El Señor es clemente y misericordioso… es cariñoso con todas sus criaturas.

¡Dios te ama! ¡No deja de amarte nunca! Puede que, a veces, no lo veas. Pero está contigo. A veces las nubes ocultan al sol. Pero el sol sigue estando.

Hoy la Palabra te invita a encontrarte con el Señor en medio de tu historia, de tu cruz, de tus sufrimientos.

A ir subiendo con Cristo a Jerusalén, para vivir el misterio pascual: a entrar con el Señor en el misterio de la cruz –de tu cruz– para poder vivir con Jesucristo la experiencia de la vida eterna: que la muerte ha sido vencida, que ya no tiene poder sobre el que ha renacido en Cristo Jesús.

Que no estás solo: Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo. Y el Espíritu Santo consolador, fuente del mayor consuelo, dulce huésped del alma, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos, certifica cada día en tu corazón que no hay nada ni nadie que pueda separarte del amor de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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