Miércoles 30 de Diciembre de 2020

Lecturas:

1 Jn 2, 12-17. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Sal 95. Alégrese el cielo, goce la tierra.

Lc 2, 36-40.  Hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

 

El cristiano, el que ha acogido a Jesucristo, es hecho una criatura nueva, y esto se manifiesta con un cambio de manera de vivir: la conversión.

La acogida del amor de Dios manifestado en Jesucristo se concreta también en recibir el perdón de los pecados. Para ello, hay que entregárselos al Señor.

El que ha acogido a Jesucristo y permanece en Él experimenta como Él nos regala la victoria sobre el Maligno y nos concede estar en el mundo sin ser del mundo.

Porque el mundo se opone al amor que debemos a Dios Padre. El mundo es el dominio de Satanás, el príncipe de este mundo. Está cerrado a la revelación y a la verdad. Es un poder que esclaviza. Utiliza para sus fines la concupiscencia, los obstáculos que nos impiden amar a Dios:

-la concupiscencia de la carne, es decir, todas las pasiones humanas contrarias a la voluntad de Dios; todo lo que se opone a la vida en el Espíritu: caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais (cf. Gal 5, 16s).

- la concupiscencia de los ojos, que es mirar no con los ojos de Dios, ojos de misericordia y amor gratuito, sino “utilizar” a los demás en función de intereses y conveniencias; de estrategias de dominio y de poder; mirar a las personas como objetos a usar, como cosas.

- la arrogancia del dinero, que es la soberbia producida por las riquezas, las vanidades humanas, el éxito, la imagen y la seguridad basada en todas estas idolatrías.

- Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Ser cristiano no es un moralismo, sino vivir una vida de amistad y relación personal con el Señor. Por ello, cada día hay que preguntarle cómo tenemos que vivir. Vivir en la voluntad de Dios es una clave importante para nuestra felicidad, porque la voluntad de Dios no es una ley que se nos impone desde fuera, sino la medida intrínseca de nuestra naturaleza (cf. Benedicto XVI).

¡Os daré un corazón nuevo!  (cf. Ez 36, 26).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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