Miércoles, 27 de octubre de 2021

Lecturas:

Rom 8, 26-30.  A los que aman a Dios todo les sirve para el bien.

Sal 12, 4-6.  Yo confío, Señor, en tu misericordia.

Lc 13, 22-30.  Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.

Hoy la Palabra nos llama seriamente a la conversión. Ante la pregunta Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús nos dice: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha… muchos intentarán entrar y no podrán… hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos… vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

¿Qué nos quiere decir el Señor con todo esto? ¿Cuál es la puerta estrecha por la que hay que entrar?

La puerta es Jesucristo (cf. Jn 10, 9): Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará. Jesucristo es el Salvador.

¿Por qué es estrecha la puerta? ¿En qué consiste el esfuerzo por entrar? Porque si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga (cf. Mt 16, 24-25).

Porque el camino del discipulado es el camino de la humildad. Y si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida. Porque al cielo se sube, ¡bajando!

La humildad es la puerta de la fe. Es el humus, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.

La humildad es dejarte hacer por el Señor. El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad… intercede por nosotros con gemidos inefables...

La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.

La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.

La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el de su Espíritu.

Un signo de estar acogiendo la salvación es la alegría, como nos ha recordado san Pablo: a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. La alegría que brota de tener la experiencia de que Dios te ama y actúa en tu vida.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ?(cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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