Miércoles, 25 de agosto de 2021

San Luís de Francia

Lecturas:

1Ts 2,9-13. Trabajando día y noche, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios.

Sal 138. Señor, tú me sondeas y me conoces.

Mt 23, 27-32.  Sois hijos de los que asesinaron a los profetas.

En la primera lectura, san Pablo nos muestra cómo comienza a formarse la comunidad cristiana: primero, la palabra es escuchada y recibida -la fe viene de escuchar (cf. Rom 10, 8-17)-; luego penetra hasta el corazón donde es acogida y vivida: el cristiano la reconoce como Palabra de Dios que habla a través de quien la proclama y así, acogida confiadamente, permanece operante en los creyentes: la Palabra de Dios es viva y eficaz (cf. Heb 4, 12, Is 55, 10-11), es una palabra de amor, de vida y de salvación.

Pero no podemos quedarnos sólo en la letra de la Palabra, viendo únicamente palabras humanas, y no encontrar dentro al verdadero actor: el Espíritu Santo.

Sin el Espíritu Santo, la Sagrada Escritura se queda en literatura, que puede ser técnicamente hermosa, pero que no da vida. Y, entonces, nos puede ocurrir como a los fariseos del Evangelio, a los que Jesús les llama sepulcros blanqueados llenos de huesos y podredumbre.

Esta imagen evoca Ezequiel 37, la visión de los huesos secos, que necesitan el espíritu de Yahvé: Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis (cf. Ez 37, 14).

No podemos quedarnos en ver en la Sagrada Escritura palabras humanas, palabras del pasado que hemos de acomodar a la mentalidad actual y que cada uno puede interpretar según se le ocurra. El Espíritu Santo nos habla hoy en las palabras del pasado.

Ni tampoco podemos quedarnos en un devocionismo individualista cargado de tradiciones, pero lejos de la verdadera Tradición: escuchar al Espíritu Santo que hoy sigue hablando a la Iglesia. No podemos caer en la trampa de una religiosidad autorreferencial en la que acabamos escuchándonos a nosotros mismos.

Por eso, lo fundamental es que te conviertas: que dejes que la Palabra viva de Dios cambie tu manera de pensar y tu manera de vivir; que te lleve a vivir según la voluntad de Dios. Que pidas cada día el Espíritu Santo, que con el don de entendimiento te abra el corazón para acoger la Palabra de Dios como lo que es: una palabra de amor, de vida y de salvación que el Señor hoy te dirige a ti, porque te ama y está haciendo contigo una historia de amor y de salvación.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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