Miércoles, 1 de septiembre de 2021

Nuestra Señora de los Ángeles del Puig

Lecturas:

Col 1,1-8. El mensaje de la verdad ha llegado a vosotros y al mundo entero.

Sal 51. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás.

Lc 4, 38-44. También en las demás ciudades debo anunciar la Buena Noticia de Dios.

Comenzamos a escuchar la carta de san Pablo a los Colosenses, que nos acompañará unos días.

San Pablo nos dice que es apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios. En el ser cristiano, nadie trabaja “por cuenta propia”. Todos somos elegidos, llamados, enviados: No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto…

La comunidad cristiana no es un grupo de amigos, es un pueblo santo elegido por Dios para vivir la fe no de una manera solitaria, sino formando una familia, un pueblo. Un pueblo de hermanos fieles a Cristo. Los hermanos no se eligen, se acogen como un don de Dios, y viven iluminados por la Palabra de Dios para hacer Su voluntad.

Pablo da gracias a Dios por la fe, la esperanza y la caridad, que se manifiestan en los colosenses. Son las tres virtudes teologales, fundamento de la vida cristiana. Son un don de Dios, y el que las vive está en la verdad del Evangelio.

La fe que nos lleva a vivir en la confianza. En la certeza de que Dios nos ama, nos habla, actúa en nuestra vida, no cuida y nos regala el Espíritu Santo, que cuando le abrimos el corazón, renueva nuestra vida. Nos da unos ojos nuevos que nos permiten “ver” a Dios que nos sostiene y nos acompaña en medio del combate. Y por eso, la fe lleva a la esperanza. A descansar en medio de las dificultades, porque nada nos podrá separar del amor de Dios. Por eso, el creyente no puede vivir en el pesimismo catastrofista.

La historia es historia de salvación. Y aunque Satanás zarandee la barca, la barca está en las manos del Señor. Y ni uno solo de tus cabellos caerá sin que lo permita el Señor y sea para tu bien.

Destaca cómo os amáis en el Espíritu. El amor entre los hermanos de la comunidad no es meramente humano. No se queda en lo sentimental o afectivo. Es un amor sobrenatural, como el de Cristo: amaos como yo os he amado.

Amar al otro como Dios lo ama: como es, sin exigirle nada, gratuitamente; amarle por lo que es: un hermano que Dios te ha dado. Mirarle como Dios lo mira: como un padre lleno de ternura y misericordia.

Todos estos son signos de haber acogido el don del Espíritu Santo, que ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5, 5).

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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