Martes, 8 de febrero de 2022

Santa Josefina Bakhita

Lecturas:

1 Re 8, 22-23.27-30.  Escucha la súplica de tu pueblo Israel.

Sal 83, 3-11.  Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos.

Mc 7, 1-13.  Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita a vivir una fe sincera. Nos advierte del peligro del fariseísmo que nos acecha siempre: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.  El culto que me dan está vacío.

Cuando escuches estas palabras, no pienses en “otros”. Esta palabra nos invita seriamente a la conversión a todos. A ti y a mí, también.

Por eso la clave para vivir nos la da tanto el Salmo: Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre… prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados, como el Aleluya: Inclina mi corazón, oh, Dios, a tus preceptos; y dame la gracia de tu ley.

El fariseo se queda en la mera apariencia y no va al fondo del ser discípulo: dejarlo todo para seguir a Jesús, para vivir en la voluntad del Señor y no en la suya.

Por eso no podemos quedarnos en una alabanza solo con los labios. La verdadera adoración es en espíritu y verdad. Se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así (cf. Jn 4, 23).

Vivir, alabar, adorar… en espíritu y verdad es vivir la fe no como un adorno ni como un barniz que no acaba de entrar en tu corazón ni cambia tu vida. No es alabar como un cristiano y vivir como un pagano.

Vivir, alabar, adorar… en espíritu y verdad es dejar que Jesucristo tome el control de tu vida. Es entregarle tu vida al Señor, toda tu vida, no un trocito de tu vida. Es ir creciendo en la fe hasta que un día puedas decir, como san Pablo: vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí (cf. Gal 2, 19).

Por eso, lo fundamental es que te conviertas: que dejes que el Espíritu Santo cambie tu manera de pensar y tu manera de vivir; que te lleve a vivir según la voluntad de Dios. Entonces los labios y el corazón estarán sintonizados y la armonía te la regalará el Espíritu.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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