Martes, 3 de agosto de 2021

Lecturas:

Nm 12,1-13. Moisés no es como los otros profetas; ¿cómo os habéis atrevido a hablar contra él?

Sal 50. Misericordia, Señor: hemos pecado.

Mt 14, 22-36 Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

En la primera lectura aparece el problema de la envidia y los celos que tanto Aarón como María sienten de Moisés. En su corazón hay quejas y resentimiento contra Moisés, y por eso reciben el reproche de Dios, que les habla a los tres en la Tienda del Encuentro y les recuerda que la elección y los dones son gratuitos: Dios los da a quien quiere y cuando quiere. Dios defiende a su elegido y también le escucha cuando Moisés intercede por María.

Esta es una llamada a nuestra conversión. El Maligno te tentará a veces con la envidia, los celos y el resentimiento. Pero no dejes que se queden en tu corazón; porque si se quedan, acabarán envenenando tu fe. Porque en el fondo, son un pecado contra la fe: te hacen dudar de que Dios esté haciendo las cosas bien; en el fondo, cuando dejas que todo esto anide en tu corazón, le estás diciendo a Dios que es injusto contigo, que al final, es dudar de su amor.

Pero no te asustes. En los momentos de la tentación, invoca especialmente al Espíritu Santo, que te dará un corazón nuevo, humilde y agradecido; un corazón que busca la gloria de Dios y no el aplauso de los hombres.

En el Evangelio contemplamos a Jesús, que nos invita a confiar en Él. También a ti y a mí, en medio de la noche, en medio de las oscuridades en que a veces nos encontramos, en medio de la barca sacudida por el viento y el oleaje de las dificultades, de la persecución, de la tentación, de la debilidad, de los problemas… En medio de tu historia, de tu cruz, el Señor te dice: ¡Animo, soy yo, no tengas miedo! Yo estoy contigo. Conmigo tú también puedes caminar sobre las aguas. Pero, con el Señor. Si quieres ir solo, en tus fuerzas, te pasará como a Pedro.

 

       El Evangelio, además, es una invitación a la confesión de fe: a creer que realmente Jesús es el Hijo de Dios. Por eso son curados los que tocan la orla del manto de Jesús. Seguramente, como buen judío, Jesús usaba un talit, manto de oración, que debía tener cuatro puntas sobresalientes (cf. Dt 22, 12) que representan las cuatro letras de la palabra Dios.  Por eso, tocar la orla del manto era un acto de fe: aferrarse al nombre de Dios y suplicar sus bendiciones.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios