Martes, 17 de agosto de 2021

Lecturas:

Jc 6,11-24a. Gedeón, salva a Israel. Yo te envío.

Sal 84. El Señor anuncia la paz a su pueblo.

Mt 19, 23-30   Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los Cielos.

Ayer contemplábamos la escena del encuentro de Jesús con el joven rico que, en lugar de acoger con alegría la invitación de Jesús, se marchó entristecido, porque era incapaz de desprenderse de sus riquezas, que jamás le podrían dar la felicidad ni la vida eterna.

Hoy, el Señor nos dice a nosotros: En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos.

Una palabra que nos puede resultar desconcertante, pero que nos invita a la conversión:

A recordar lo fundamental: la soberanía de Dios. Sólo Dios ES. Sólo Él puede darte la vida. No se puede servir a dos señores (cf. Mt 6, 24), y el dinero es un ‘tirano’ implacable que ahoga el crecimiento de la semilla del Evangelio (cf. Mt 13, 22).

A entrar en la gratuidad del amor de Dios y de la salvación. Estando acostumbrado a contar con las propias riquezas, el rico (no sólo de dinero, también de orgullo y autosuficiencia), piensa que también la vida eterna se puede comprar.

El Evangelio anuncia el don total de Dios y que para recibirlo hay que darlo todo. Para adquirir la perla preciosa, el tesoro escondido, hay que venderlo todo.

A vivir como Jesucristo -nos lo ha señalado el versículo del Aleluya-: Jesucristo, siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Dios ha escondido estos misterios a los que se creen sabios y entendidos, y los ha revelado a la gente sencilla, a los pobres a los niños: a los que confían en Dios y no en sí mismos. Hay que acoger el reino como un niño pequeño, recibirlo con sencillez como don gratuito del Padre, en lugar de exigirlo como un derecho, o “comprarlo” con nuestros bienes.

Esto es imposible para los hombres, pero no para Dios. Invoca al Espíritu Santo: Él hará posible lo que para ti es imposible. Él te dará un corazón nuevo: humilde, confiado, obediente y agradecido que, pueda seguir cada día al Señor.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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