Lunes,7 de marzo de 2022

Santas Perpetua y Felicidad

Lecturas:

Lv 19, 1-2.11-18.  Sed santos, porque yo, vuestro Dios, soy santo.

Sal 18, 8-10.15.  Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

Mt 25, 31-46.  Venid, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos habla de la vocación a la santidad, que es la vocación a la que el Señor nos llama a todos, no sólo a una élite o a unos pocos privilegiados.

Dice San Juan Pablo II que los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno: estamos llamados a la santidad en la vida cristiana ordinaria (cf. Novo Millennio Ineunte, 31).

La santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en dejar que Cristo viva en ti (cf. Gal 2, 20), en tener sus mismos sentimientos y actitudes (cf. Flp 2, 5), dejando que el Espíritu Santo modele tu vida, reproduciendo en ti la imagen de Cristo.

Pero, en el combate espiritual, la santidad tiene unos enemigos silenciosos que conviene conocer y combatir. ¿Cuáles son?

El primero, es tu propio proyecto de santidad. El protagonista de la santidad no eres tú. Es el Espíritu Santo. Todo es don, todo es gracia. Tú, ¡déjate hacer! Déjate modelar por el Espíritu, como Él quiera. Sólo los humildes pueden ser santos. Y te hará santo, en primer lugar, en tu vocación concreta: si el Señor te ha llamado al matrimonio, ahí hará la obra de tu santidad…

El segundo, es confundir la santidad con el perfeccionismo narcisista. En el perfeccionismo, el protagonista eres tú y le robas la gloria a Dios; en la santidad, el protagonista es el Espíritu Santo y vives proclamando tu magnificat: alabando a Dios que está haciendo obras grandes en ti.

El tercero es vivir en la apariencia. El Espíritu Santo hará en ti la obra de la santidad contando con tus pobrezas y debilidades. ¡No les tengas miedo! Ten miedo de la soberbia y del orgullo, que no dejan actuar al Espíritu.

Y también la acedia, la pereza espiritual, la tibieza que te hace vivir en la rutina, bajo mínimos; te hace “ir tirando”, pero sin vivir con el entusiasmo, la generosidad y la pasión del enamorado.

Y un signo de ir creciendo en santidad es tener un corazón lleno de misericordia, como nos muestra el Evangelio. Un corazón tan lleno del Señor que puede ver con los ojos de Dios y encontrarse con Él en las personas que el Señor te pone delante.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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