Lunes, 6 de septiembre de 2021

Lecturas:

Col 1,24-2,3. Dios me ha nombrado ministro de la Iglesia para anunciaros a vosotros el misterio escondido desde siglos.

Sal 61. De Dios viene mi salvación y mi gloria.

Lc 6, 6-11.  Levántate y ponte ahí en medio.

San Pablo nos dice que ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia.

¿Qué nos quiere decir con esto? ¿Es que le falta algo a la Pasión de Cristo? La clave para entenderlo nos la da unos versículos antes: Él [Cristo] es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Y Él nos une a su Pascua: Dios nos ha llamado a reproducir la imagen de su Hijo (cf. Rom 8, 29).

El sufrimiento es una realidad que acompaña al hombre después del pecado original. Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento. Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito (cf. Spe. Salvi 36-37).

Estamos llamados a vivir toda la vida en clave de misterio pascual, unidos a Jesucristo Resucitado. Vivir con Cristo toda la vida, unidos a Él: Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (cf. Gál 2, 19-20). Si sufrimos con él, es para ser también glorificados con él (cf. Rom 8,17).

También en el misterio del dolor, del sufrimiento, de la enfermedad: la clave es vivir con Cristo. Él lo hace todo nuevo por el don del Espíritu.

Y con Jesucristo Resucitado, que nos da el don del Espíritu Santo, puede uno -como san Pablo- experimentar la alegría de empezar a gustar ya la vida eterna, en medio de los sufrimientos actuales; y así, viviendo el misterio de la cruz, convertirnos en portadores del gozo del Espíritu y testigos de Cristo Resucitado.

Permanecer en el pecado es la verdadera parálisis de la persona y por eso, cada día somos invitados a acercarnos al Señor, como hemos cantado en el Aleluya: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, y yo las conozco, y ellas me siguen.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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