Lunes, 22 de noviembre de 2021

Santa Cecilia

Lecturas:

Dan 1,1-6.8-20. No se encontró a ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías.

Sal: Dan 3,52-56. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Lc 21, 1-4   Vio a una viuda pobre que echaba dos monedas de poco valor.

Vamos a vivir esta última semana del Año Litúrgico, acompañados por la Palabra que el Señor nos regala a través del libro del profeta Daniel. Daniel significa Dios es mi juez.

El libro de Daniel aparece en un momento difícil de la historia de Israel: la cruel persecución de Antíoco IV Epífanes, que escuchamos la semana pasada en el libro de los Macabeos.

El libro es una palabra profética que quiere dar esperanza al pueblo. Y, para ello, proclama con solemnidad que Dios es Señor de la historia. Que nada ocurre por casualidad; nada escapa a la mirada del Señor. Que todos los acontecimientos, por sorprendentes y desconcertantes que parezcan, sirven a los planes de salvación que Dios tiene: a los que aman a Dios todo les sirve para el bien (cf. Rom 8, 28).

El cruel Antíoco pretendía apoderarse de Egipto y, para ello, comienza conquistando el reino de Judea. Y somete a Israel a un proceso de paganización, invitando a apartarse del Señor y a abandonar la Alianza.

Muchos israelitas renegaron de su fe o la disimularon. Pero otros permanecieron fieles al Señor y a la Alianza. Así contemplamos la semana pasada la tremenda historia del martirio de los Macabeos.

Otros, como Daniel, hicieron frente al poder de turno con la palabra profética.

Porque el principal problema -entonces y ahora- no es la persecución o las dificultades que vienen de fuera, sino el debilitamiento de la fe y la crisis de esperanza.

Esta palabra busca confirmar en la fe, consolar, confortar en la prueba; anunciar el testimonio que debe darse ante los poderosos de este mundo, especialmente en los momentos en los que el poder se extralimita y quiere endiosarse.

Por ello, el profeta quiere dar testimonio de la absoluta soberanía de Dios sobre la historia y sobre la vida de las personas. Dios es más fuerte que el poder humano y no abandona a los que confían en él.

La palabra de Dios nos invita a vivir purificados por la Palabra de Cristo y discernidos por el Espíritu Santo, para poder vivir proféticamente en medio de esta generación, porque los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 18s).

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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