Lunes, 21 de febrero de 2022

San Pedro Damiani

Lecturas:

Sant 3, 13-18.  Si en vuestro corazón tenéis rivalidad, no presumáis.

Sal 18.  Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.

Mc 9, 14-29.  Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita a descubrir cuál es el camino que nos conduce a ese gran deseo que todos llevamos en el corazón: ser felices.

La clave nos la da la primera lectura: para ser felices hay que tener sabiduría.

Pero ¿qué es la sabiduría? Porque hoy hablamos mucho de información, de conocimiento, de técnica… pero la sabiduría es otra cosa. Lo primero no está nunca de sobra. Pero la sabiduría es poder saborear la vida de cada día.

El origen de toda sabiduría es Dios: toda sabiduría viene del Señor y está con él por siempre. Es un don. Es uno de los dones del Espíritu Santo.

Y se alimenta escuchando y acogiendo la Palabra de Dios: La fuente de la sabiduría es la palabra de Dios. La fe viene de la escucha (cf. Rm 10, 17).

Va unida a la fe que nos da unos ojos nuevos, una mirada nueva que nos capacita para ver más allá de las apariencias, y así podemos “ver” el amor de Dios en todas las circunstancias de la vida.

Y por eso la vida tiene sabor; puedes disfrutar de la vida de cada día, porque ves cumplido en tu vida lo que hemos cantado en el Salmo: también en tu vida los mandatos del Señor alegran el corazón… son descanso del alma… la norma del Señor da luz a los ojos.

Y, por el don del Espíritu Santo, hace nuevas todas las cosas. Y, por eso, no hay nada ni nadie que te pueda separar del amor de Dios. Es un misterio y un regalo. Poder decir como el salmista: aunque camine por cañadas oscuras nada temo… ¡porque Tú vas conmigo! Tu vara y tu cayado me sosiegan.

Por eso Jesús recrimina a sus discípulos diciéndoles que son hombres de poca fe, invitándoles a crecer en la fe para poder hacer así presentes los signos del Reino.

Y ¿cómo crece la fe? Pues creyendo. Invocando al Espíritu Santo y viviendo en la escucha constante del Señor, alimentándonos con su Palabra y la Eucaristía, recibiendo su perdón, viviendo en su cuerpo, que es la Iglesia y pasando por el mundo haciendo el bien.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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