Lunes 21 de Diciembre de 2020

San Pedro Canisio

Lecturas:

Sof 3, 14-18.  El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti.

Sal 32.  Aclamad, justos, al Señor, cantadle un cántico nuevo.

Lc 1,39-45.  ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Contemplamos hoy la Visitación de la Virgen María a Isabel. Este acontecimiento nos ayuda a descubrir algunas consecuencias de la fe, de haber acogido el don del Espíritu Santo.

La fe no es una teoría, sino una vida. Una vida nueva que el Espíritu Santo va realizando. La fe está cimentada en el acontecimiento del encuentro entre Dios que nos ama y nos busca y el hombre que responde a esta vocación, a esta llamada, que nos abre a Dios y nos acerca a los hijos de Dios, los hermanos que Él nos ha dado como un don.

Dios no nos ha creado para la soledad, sino para la relación y para la comunión.

María e Isabel, dos mujeres que acogen la acción de Dios. Las dos, llenas de gracia, experimentan la acción poderosa del Espíritu Santo.

Y, llenas del Espíritu Santo, ven aparecer frutos y carismas en ellas. Y el primer fruto es la necesidad de compartir la experiencia del Espíritu que estaban viviendo.

María e Isabel viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con la sencillez propia de quien vive una fe confiada. La fe, la vida en el Espíritu, es para vivirla en comunidad, para compartirla, para confirmarla, para celebrarla. El Espíritu lleva a la comunión, a la Iglesia.

Y en el encuentro gozoso entre María e Isabel, el Espíritu Santo va derramando carismas: acogida, profecía, palabra de conocimiento… Todos ellos coronados por el amor, que se concreta en el servicio generoso, y expresados en la alabanza.

En este camino de seguimiento de Jesucristo –cuya meta es el cielo– el Espíritu Santo nos guía y María nos acompaña, recordándonos que el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20).

El Espíritu Santo lleva a María a ayudar con amor a Isabel, a servirla, pero esta ayuda alcanza su culminación entregando al mismo Jesús. Este es el mejor regalo que podemos ofrecer a los demás. Esto es lo que llena el corazón de alegría: En cuanto llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

¡Ánimo! El Espíritu te invita a salir de ti mismo, a no encerrarte en una especie de “narcisismo” espiritual sino a vivir la fe en la Iglesia, en una comunidad de discípulos, y a servir con amor a los hermanos que el Señor te ha dado.

¡Os daré un corazón nuevo!  (cf. Ez 36, 26).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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