Lunes, 2 de agosto de 2021

San Eusebio de Vercelli

Lecturas:

Nm 11,4b-15.  Yo solo no puedo cargar con este pueblo.

Sal 80.  Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mt 14, 13-21.  Pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos.

En la primera lectura, vemos, por una parte, al pueblo de Israel murmurando contra el Señor, añorando los ajos y las cebollas de Egipto (¡de la esclavitud!) y, por otra, a Moisés, una vez más intercediendo por su pueblo.

También nosotros, a veces murmuramos contra el Señor; también a veces echamos la vista atrás y sentimos nostalgia de lo que hemos dejado. No te asustes ni te escandalices cuando veas que te pasa esto. Es un signo de tu debilidad. El Maligno que, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar, trata de hacerte dudar del amor de Dios. Esta es, probablemente, la más peligrosa de todas las tentaciones. Porque es como una carcoma que, lenta y escondidamente, lo va destruyendo todo.

Por eso, cuando veas que en tu corazón aparece esta murmuración y esta añoranza de lo que has dejado, invoca al Espíritu Santo, para que puedas decir como el salmista: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan (cf. Sal 22).

El Espíritu Santo te regalará el don de ciencia y el de sabiduría, para que en medio de las dificultades de la vida puedas ver que Jesucristo vivo y Resucitado está contigo, y está haciendo una historia de amor y de salvación. Y así puedas pasar de la murmuración a la alabanza, de la reclamación a la gratitud, de la sospecha a la confianza, de la queja a la bendición, de la amargura al gozo… porque experimentas que no hay nada ni nadie que pueda separarte del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Por otra parte, también nosotros estamos llamados, como Moisés a interceder por los hermanos. No a juzgar y criticar, sino a compadecer, acompañar e interceder. Como Jesús, que sintió lástima de la gente y curó a los enfermos.

También a nosotros nos dice dadles vosotros de comer, para que tú, con tus cinco panes y dos peces, con lo que el Señor te ha dado, se lo entregues para que Él lo bendiga y multiplique tu gesto de amor y misericordia.

Es necesario saciar el hambre material pero, sobre todo, el hambre más profunda: hambre de sentido, de vida, de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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