Lunes, 19 de septiembre de 2022

Lecturas:

Prov 3, 27-34.  El Señor se burla de los burlones y concede su favor a los humildes.

Sal 14, 2-5.  El justo habitará en tu nombre santo, Señor.

Lc 8, 16-18.  La lámpara se pone sobre el candelero para que haga luz.

El Evangelio nos invita a ser luz: Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.

Con ello, San Lucas nos está invitando a ser testigos de Jesucristo vivo y resucitado –Él  es la Luz– para que los que entren vean la luz.

El Papa Francisco nos recuerda frecuentemente la necesidad de una conversión pastoral en nuestras parroquias, comunidades y movimientos, y revisar cómo es nuestra acogida a las personas que se acercan a la Iglesia. (cf. EG 25s 63, 70…).

La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (cf. EG 114).

Y, como hemos cantado en el Aleluya:  Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre.

Por eso, es fundamental que cuidemos la acogida de los que vienen y también la fe de los pequeños.

Somos pecadores, pero hemos de vivir con un verdadero deseo de conversión. No podemos vivir ni en la indiferencia, ni en la indolencia ni en el relativismo, sino que cada día nos hemos de manifestar como pecadores en camino de santidad.

Hemos de vigilar nuestra vanidad, nuestro afán de protagonismo, nuestros juicios, nuestras críticas y comentarios…, que pueden ser una piedra de tropiezo para muchos pequeños en la fe.

La Palabra nos ha dicho cómo se testimonia esa vida nueva. El que vive en el Espíritu, procede honradamente y practica la justicia, tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.

No se trata de explicar qué es la luz, sino de ser luz, y no con arrogancia, sino con humildad; no cayendo en la vanidad autosuficiente, sino buscando siempre la gloria de Dios.

El que busca la gloria de Dios busca el bien común, aunque le cueste “perder” algo, tiene la humildad de remediar con paciencia, con sacrificio, las heridas a la comunión (Francisco).

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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