Lunes 14 de diciembre de 2020
San Juan de la Cruz
Lecturas:
Num 24, 2-7. 15-17a. Avanza una estrella de Jacob.
Sal 24, 4-9. Señor, instrúyeme en tus sendas.
Mt 21 23-27. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía?
La primera lectura nos muestra como Balac, rey de Moab, para oponerse al paso de Israel, alquila a un potente adivino pagano, Balaán, para que maldiga a Israel.Pero el espíritu de Dios vino sobre él y profetiza a favor de Israel: ¡Qué bellas tus tiendas, oh, Jacob, y tus moradas, Israel! Y anuncia la llegada del Mesías: oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo… Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel.
Acercándonos a la Navidad, esta Palabra nos invita a contemplar la fidelidad de Dios, que cumple sus promesas. Y también a descansar en el poder de Dios, que es Señor de la historia, y desbarata todo aquello que se oponga a su plan de salvación.
Pero también es una Palabra que te invita a no quedarte como un espectador, sino a tomar partido, a “mojarte” ante la llegada de Jesús.
Es lo que plantea Jesús en el Evangelio cuando los sumos sacerdotes y los ancianos le preguntan: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús les responde: Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?
Ante el Señor que viene, que llega, hay que tomar una decisión. Él está llamando a tu puerta. ¿Qué haces? ¿Le abres o le cierras la puerta? ¿Le dejas entrar “un poquito”? ¿O dejas que tome posesión de tu corazón y sea así el Señor de tu vida, de toda tu vida?
Este es el misterio y el drama de la libertad, que es un gran don de Dios.
En los días de la Navidad nos lo recordará la Palabra: Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre (cf. Jn 1, 11-12).
¡Tú decides!
¡Os daré un corazón nuevo! (cf. Ez 36, 26).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).