Jueves,15 de julio de 2021

San Buenaventura

Lecturas:

Ex 3, 13-20  Yo soy el que soy. “Yo soy” me envía a vosotros.

Sal 104  El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

Mt 11, 28-30.  Soy manso y humilde de corazón.

A veces vivimos como dice el Evangelio: cansados y agobiados.

Cansados por la rutina, el desaliento, por los propios pecados y por los pecados de los demás que recaen sobre ti, por la precariedad, las injusticias, las heridas, la debilidad, los fracasos, el no encontrar sentido a tantas cosas…

Agobiados por ver que no puedes con tu vida, que te pesa, que no puedes controlarlo todo; por comprobar que tantos problemas y dificultades te sobrepasan y te superan; por ver que con tus fuerzas no llegas muy lejos.

Y hoy el Señor, que te ama; que no deja de amarte nunca; que es fiel y se acuerda de su alianza eternamente, te dice: Ven a mí. Entra en mi corazón. ¡Entrégame tu cansancio y tus agobios! ¡Descansa en mí!

Toda esta experiencia es una invitación a la humildad, a reconocer que tú no eres dios. Que tú no te das la vida a ti mismo. Que sólo Dios ES. Así nos lo ha recordado la primera lectura. Sólo Dios puede llenar tu vida del todo; sólo Él es tu fuerza y tu salvación. Necesitas ser salvado, como el pueblo de Israel en Egipto. Y el único que puede salvarte es Jesucristo.

El Señor te invita a descansar tu vida en Él, a entregarle tu vida, tus heridas, tus pecados, tus problemas…

A dejar que tu vida la lleve Él. Ahí encontrarás tu descanso: en poder vivir cada día no como a ti te apetece, no como el mundo te sugiere, no endureciendo tu corazón como el faraón; sino en vivir con un corazón manso y humilde en el que Jesucristo sea el Señor.

Pero para ello, necesitas hoy pedir de nuevo el Espíritu Santo, que te dé un corazón humilde, como el de Jesús: que no busca su gloria, sino hacer la voluntad del Padre; que lava los pies sucios de los apóstoles, y que libremente entrega su vida por amor.

Y un corazón manso, signo de la presencia del Espíritu, dulce huésped del alma, que te hace vivir saboreando el amor de Dios, que es fiel, en medio de tu historia concreta.

Una presencia salvadora aun cuando el faraón está cerca, porque tienes la certeza de que no hay nada ni nadie que pueda separarte del amor de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ?(cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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