Jueves, 5 de agosto de 2021

Dedicación de la Basílica de Santa María

Lecturas:

Nm 20, 1-13.  Brotó agua abundante.

Sal 94.  Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón.

 Mt 16, 13-23.  Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita, como cada día, a la conversión. Nos lo ha anunciado el Aleluya: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.

Tal vez, el principal obstáculo para la conversión sea el endurecimiento del corazón, fruto del orgullo y de la soberbia. Endurecimiento que se manifiesta tantas veces cuando decimos ¿y de qué me tengo que convertir?

Por eso, la Iglesia nos invita a comenzar todas las mañanas la Liturgia de las Horas, con el salmo que nos dice: ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. No endurezcáis el corazón.

Este endurecimiento del corazón se va manifestando en algunos signos concretos: desconfiar de la Palabra de Dios, querer manipularla para que se acomode a nuestra manera de vivir o de ver las cosas; murmurar contra Dios por la historia que está haciendo contigo; vivir sin un verdadero deseo de conversión, vivir “encendiendo una vela a Dios y otra al diablo”; vivir en el fariseísmo: cumpliendo normas, rezando mucho, pero con el corazón lejos del Señor, sin un verdadero deseo de hacer su voluntad… Y este es un proceso, lento pero inexorable, que lleva a la muerte espiritual. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene (cf. Mt 13, 12).

Por eso, Jesús es tan duro con Pedro en el Evangelio que hemos escuchado: ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios.

No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido” (cf. Mt 7, 21-23).

El que cambia el corazón de piedra en un corazón de carne es el Espíritu Santo. ¡Pídelo hoy! ¡Pídelo cada día! ¡Dame un corazón nuevo! Un corazón manso y humilde para poder hacer la voluntad de Dios.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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