Jueves, 24 de marzo de 2022

Lecturas:

Jr 7, 23-28. El pueblo no escuchó ni prestó oído al Señor.

Sal 94, 1-2. 6-9. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:

Lc 11, 14-23. El que no está conmigo está contra mí.

En nuestro caminar hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo vivo, hoy la Palabra nos invita a la conversión a la docilidad al Señor, a que no se endurezca tu corazón.

Así nos lo recuerda el Salmo: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.» Un salmo con el que la Iglesia nos invita a comenzar todos los días la Liturgia de las Horas. Por algo será.

El endurecimiento del corazón es un proceso lento –y por eso difícil de detectar–, pero progresivo y que nos lleva a cerrar el corazón al Señor.

La Palabra hoy, nos muestra algunos síntomas de este endurecimiento, para que estemos atentos y vigilantes.

Suele comenzar con una sordera selectiva, que nos hace escuchar sólo aquello que nos conviene y nos lleva a manipular sutilmente la Palabra.

Hay uno, el diablo, celoso de tu felicidad, siempre rondando para no dejarte escuchar la voz del Señor, o para tratar de “falsificarla” con mentiras, o con medias verdades, para hacerte dudar del amor de Dios, su estrategia preferida y la más peligrosa de todas.

Después sigue el dejar de escuchar la Palabra para escuchar al corazón: no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado.

No olvides que lo que aparece en tu corazón –herido por el pecado original– hay que discernirlo, es decir, hay que ver si se ajusta o no a la Palabra de Dios.

Después viene el llamar bien a lo que el Señor dice que está mal: La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca.

Con lo que acabamos por ser incapaces de ver el propio pecado y, por tanto, de ponernos en camino de conversión.

¿Cómo se combate la dureza de corazón?

Nos lo ha dicho el Salmo: Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Acogiendo la Palabra con humildad, guardándola en el corazón e invocando al Espíritu Santo para que la selle en tu corazón y puedas vivir de ella.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios