Jueves, 23 de septiembre de 2021

San Pío de Pietrelcina

Lecturas:

Ag 1,1-8. Construid el Templo, para que pueda complacerme.

Sal 149. El Señor ama a su pueblo.

Lc 9, 7-9. ¿Quién es este de quien oigo decir tales cosas?

Después del envío misionero que contemplamos ayer, el Evangelio hoy nos presenta una de las primeras reacciones: la de Herodes, que no se distinguía precisamente por vivir con espíritu de conversión, ya que había mandado decapitar a Juan el Bautista por sentirse “amenazado” por su predicación (cf. Mc 6,17-29).

Ante la llamada de Jesús hay diferentes maneras de reaccionar.

Están los enemigos, que son los que rechazan su predicación porque les resulta incómoda, y no están dispuestos a que cambie demasiado su vida.

Están los simpatizantes, que escuchan con agrado a Jesús, pero que no se deciden a seguirle; merodean mucho alrededor de Jesús, pero no se encuentran con Él, siempre tienen alguna buena “excusa” para aplazar el seguimiento.

También están los curiosos, que escuchan con agrado a Jesús, pero que no acaban de tener un encuentro personal con Él. Están más con las cosas de Jesús que con Jesús. Viven esperando signos extraordinarios que “certifiquen” la Palabra del Señor, y no se dan cuenta de que los milagros no pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos, son signos que invitan a creer en Jesús y fortalecen la fe (cf. Catecismo 548).

Aparecen también los eruditos, verdaderos expertos que saben muchas cosas acerca de Jesús, pero que no las viven.

También los piadosos, que, conocen las tradiciones y devociones, hasta en la “letra pequeña”. Puede que recen mucho, pero su corazón está lejos del Señor; buscan su propia gloria y no la de Dios; hacer su propia voluntad y no la de Dios (cf. Mt 8, 21-23).

Finalmente están los Discípulos. ¿Quiénes son estos?: los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.

Discípulo es el que vive de la fe, el que se deja llevar por el Señor.

El que cada día le pregunta: Señor ¿qué quieres de mí? El que vive la fe en la familia de los discípulos de Jesús, que es la Iglesia. El que confía y obedece al Señor.

El que toma la cruz y sigue a Jesús. El que deja que Jesucristo sea Señor de su vida, de toda su vida.

¿Dónde estás tú? Lo principal no es tanto saber dónde estás, sino saber dónde quieres estar.

Para ser discípulo, necesitas el Espíritu Santo: nadie puede decir “¡Jesús es Señor!”, si no lo hace movido por el Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3).

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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