Jueves, 1 de julio de 2021

La Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo

Lecturas:

Gn 22, 1-19.  El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Sal 114.  Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

Mt 9, 1-8.  La gente alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita, como cada día, a la conversión. Nos lo ha anunciado el Aleluya: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.

Tal vez, el principal obstáculo para la conversión sea el endurecimiento del corazón, fruto del orgullo y de la soberbia. Endurecimiento que se manifiesta tantas veces cuando decimos ¿y de qué me tengo que convertir?

Por eso, la Iglesia nos invita a comenzar todas las mañanas la Liturgia de las Horas, con el salmo que nos dice: ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. No endurezcáis el corazón.

El evangelio nos presenta la escena del paralítico perdonado y curado.

Este Evangelio nos invita a descubrir, varias cosas. En primer lugar, que la peor dolencia es el pecado, es cerrar el corazón al Señor, porque de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma. La peor “parálisis” de todas es la del alma, que es causada por el pecado.

Además, nos invita a descubrir que Jesús no es un curandero. Jesús es el Salvador. Jesús no sólo tiene el poder de curar el cuerpo enfermo, sino también el de perdonar los pecados. La curación física es signo de la curación espiritual que produce su perdón.

El paralítico es imagen de toda persona a la que el pecado impide moverse libremente, caminar por la senda del bien, dar lo mejor de sí. El mal, anidando en el alma, ata al hombre con los lazos de la mentira, la ira, la envidia y los demás pecados, y poco a poco lo paraliza.

La Palabra hoy nos invita a entregarle al Señor nuestra parálisis y a recibir de Él el perdón que nos reconstruye. Para eso nos ha dejado el sacramento de la Penitencia.

Y la alegría de sabernos amados y perdonados, de sabernos salvados, nos llevará cada día a dar gloria a Dios, a contar a la futura generación las alabanzas del Señor, su poder…, a poner nuestra confianza en Dios… y así poder entrar en su descanso… Con la certeza de que no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios.

¡Os daré un corazón nuevo!  (cf. Ez 36, 26).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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