Domingo,30 de enero de 2022

4º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Jer 1, 4-5. 17-19.  Te nombré profeta de los gentiles.

Sal 70.  Mi boca anunciará tu salvación.

1 Cor 12, 31 – 13, 13.  Quedan la fe, la esperanza y el amor; pero la más grande es el amor.

Lc 4, 21-30. Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos.

Comienza hoy el Evangelio como terminó el domingo pasado: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.

Jesús acaba de leer en la Sinagoga de Nazaret la lectura de Isaías que anuncia su misión: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres…

Una misión que va destinada a todos los hombres, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2, 4). Una misión anunciada por Jeremías: te constituí profeta de las naciones.

La profecía de Jeremías se cumplirá en la misión de Jesucristo y de la Iglesia. Habrá dificultades: lucharán contra ti, pero no te podrán. Pero Dios es garante de esta misión: yo estoy contigo para librarte.

Dice el Concilio Vaticano II que el Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre.

Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles, carismas que deben ser recibidos con gratitud y consuelo tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos. Carismas, que no deben pedirse temerariamente y cuyo juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia (cf. Lumen Gentium 12).

De todo ello, nos habló la Palabra en los domingos anteriores.

Hoy el Señor, nos quiere mostrar, además, el signo más elocuente de estar acogiendo la salvación y vivir abiertos a la acción de su Espíritu: el amor fraterno: si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.

Pero, no cualquier “amor”. En el ser cristiano todo es cristocéntrico. Y el amor al que estamos llamados, el amor que nos realiza profundamente como personas, que nos hace crecer en nuestra semejanza divina es como Yo os he amado.

Un amor como el Dios. El amor que viviremos en plenitud en el cielo: Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará… El amor no pasa nunca… Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara…

Y este amor no lo has de conseguir con tu esfuerzo: es uno de los frutos del Espíritu (cf. Gal 5, 22). Es don, es gracia.

La Palabra nos habla también de otros signos de estar abiertos a la acción del Espíritu: Mi boca anunciará tu salvación. Vivir en la alabanza, proclamando las acciones del Señor

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Acoger confiadamente la Palabra del Señor, aunque nos desconcierte y nos sobrepase.

Pide el don del Espíritu Santo. Pide un corazón de niño para poder abandonarte en los brazos del Padre, que te ama.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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