Domingo,14 de noviembre de 2021

33º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Dn 12, 1-3.   Entonces se salvará tu pueblo.

Sal 15, 5.8-11.   Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Heb 10, 11-14.18.   Cristo ofreció por los pecados un solo sacrificio.

Mc 13, 24-32.   Vendrá para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos.

Nos vamos acercando ya al final del Año Litúrgico y, por ello, la Iglesia quiere recordarnos cuál es la meta hacia la que caminamos. Porque cuando uno no sabe a dónde va, vive desorientado; vive, como dice el Papa Francisco, como un vagabundo existencial.

Dios te ha creado por amor y, creado a su imagen y semejanza te ha creado para amar. Este es el hilo conductor de toda la fe cristiana.

Y Dios te ama tanto que te ha creado para vivir con Él para siempre, para toda la eternidad. Esa es la meta hacia la que caminamos. Y el tiempo presente es el tiempo del Espíritu Santo y del testimonio (cf. Hch 1, 8).

Pero también es un tiempo de lucha -somos la Iglesia militante- porque el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe (cf. 1 Pe 5, 8-9). A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final (cf. GS 37).

Y, en medio de este combate, la Palabra nos invita a cogernos a Jesucristo, que ya ha derrotado para siempre al diablo: Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.

A poner toda nuestra confianza en la fidelidad de Dios, que es el fundamento de nuestra esperanza: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti… mi suerte está en tu mano. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

A dejarnos iluminar por su Palabra, que es eterna, que es siempre Palabra de amor, de vida y de salvación: el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

La segunda venida de Jesucristo no puede producir miedo ni angustia, porque es una promesa, no una amenaza. Cristo nos ha precedido para prepararnos el lugar.

Es útil que Dios haya querido que ignorásemos aquel día, para que el corazón esté siempre preparado en la espera de lo que sabe que ha de llegar, aunque no sepa cuándo ha de ser (cf. San Agustín, Comentario al salmo 36,1,1): En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.

Nos invita a estar en vela, en actitud de conversión: Estad despiertos todo el tiempo, pidiendo manteneros en pie ante el Hijo del hombre… que está cerca, a la puerta. La vigilancia es vivir poniendo toda nuestra vida bajo el señorío de Jesucristo, viviendo en su Cuerpo, que es la Iglesia. Estar vigilantes es dejar que el Espíritu Santo vaya realizando en nosotros la obra de la santidad.

¡Pide el Espíritu Santo! ¡Que te enamore de Jesucristo! Así vivirás la vida como un tiempo de gracia: me saciarás de gozo en tu presencia.

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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