Domingo, 8 de agosto de 2021

XIX del Tiempo Ordinario

Lecturas:

1 Re 19, 4-8.  Con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches.

Sal 33, 2-9.  ¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!

Ef 4,30-5,2.  Vivid en el amor, como Cristo.

 Jn 6, 41-52.  Yo soy el Pan que ha bajado del cielo.

La Palabra de Dios que proclamamos hoy nos presenta al profeta Elías solitario en el desierto, agotado por la fatiga y el desánimo. Elías manifiesta su debilidad y se desea la muerte. Pero Dios no abandona en la prueba a su fiel amigo: por medio de su ángel le prepara un alimento misterioso. Lo hemos cantado en el Salmo: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

Fortalecido con la fuerza de Dios, Elías puede llegar después de cuarenta días al monte de Dios. El pan preparado por el ángel es recuerdo del maná y figura del verdadero pan de vida, venido del cielo: la Eucaristía.

Nosotros, discípulos de Cristo que peregrinamos por el desierto de la vida, podemos sentir y experimentar también el cansancio del discipulado. Sentir la tentación de dejarlo todo: ante las dificultades de la vida cristiana y el rechazo del mundo…, el demonio nos tienta con el desánimo.

Por eso, también nosotros debemos como Elías, despertar del sueño, y escuchar al ángel del Señor: ¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas. Comer el Pan de la Vida que ofrece el Señor y emprender reconfortados el camino que lleva hasta el monte santo, hasta la Vida eterna.

La Palabra de Dios nos invita a apoyarnos en Dios, no en nuestras fuerzas, y, por consiguiente, a buscar la fuerza para el camino donde está: en la oración, en la escucha de la Palabra, en la Eucaristía y en la Penitencia, en las obras de misericordia, viviendo en su cuerpo, que es la Iglesia. Tú no te das la vida a ti mismo. Todo es don. Todo es gracia.

En el evangelio Jesús se nos presenta como pan bajado del cielo, quien come este pan no morirá, sino que vivirá para siempre. Sólo el que se alimenta del pan del cielo puede caminar sin desfallecer. Jesús es el pan que da la vida eterna.

San Pablo nos anima a vivir la vida nueva propia del cristiano, que se distingue por el amor sin límites. Un amor que nace de tener a Jesucristo en el corazón y acoger el don de su Espíritu, con el que Dios nos ha marcado para el día de la liberación final.

Este Espíritu hace que podamos desterrar de nosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad…, frutos del hombre viejo; y crecer en actos propios del hombre nuevo: Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Y amando con un amor nuevo: vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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