Domingo, 5 de junio de 2022

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2, 1-11. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno.

Sal 103, 1.24.29-31.34.  Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1 Cor 12, 3-7. 12-13.  Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formas un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23.  Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. El día de Pentecostés, la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo (cf. Catecismo, 731).

Pentecostés nos recuerda que todo es don, todo es gracia. Nos recuerda que no nos damos la vida a nosotros mismos. Sólo Dios puede abrir nuestros sepulcros y sacarnos de ellos. Sólo su Espíritu puede hacernos revivir, renovarnos.

La Palabra que escuchamos nos habla de lo que ocurre cuando el hombre se empeña en ser autosuficiente y quiere robarle la gloria a Dios: llega Babel, la confusión, la división, la imposibilidad de la comunión.

Pero también nos recuerda que Dios nos ama, que Él es fiel y cumple sus promesas, que somos el pueblo que Dios se escogió como heredad. Y por eso, Dios no nos abandona y nos envía profetas que nos llaman a la conversión, para que podamos decir: haremos todo cuanto ha dicho el Señor. Y más aún: nos da el Espíritu Santo que hace en nosotros la obra de la nueva creación.

Y entonces, cuando nos abrimos a su acción podemos vivir en la bendición y en la alabanza. Podemos vivir en esperanza. Porque ya no vivimos en nuestras fuerzas ni en nuestros cálculos, sino que experimentamos como el Espíritu acude en nuestra debilidad e intercede por nosotros con gemidos inefables.

Experimentamos que ya no vivimos perdidos ni desorientados, como “vagabundos” existenciales, caminando sin sentido hacia ninguna parte, porque poseemos las primicias del Espíritu que nos revela nuestra identidad más profunda: somos hijos amados de Dios.

Y este Espíritu nos lleva a confesar que Jesús es Señor, que Jesucristo vive y está con nosotros todos los días. Nos lleva a proclamarlo Señor de nuestra vida, a dejar que Él la lleve por donde quiera llevarla.

Y este mismo Espíritu nos lleva al Cuerpo de Cristo, a la Iglesia. Porque es Espíritu de comunión. Y nos regala carismas y ministerios para anunciar la buena noticia del Evangelio, para anunciar que el Reino de Dios ha llegado, para edificar la Iglesia, para el bien común.

Coronados por los doce frutos del Espíritu: amor, alegría, paz… (cf. Gal 5), signos de que el “control” de tu vida está en las manos del Señor, signos de que dejas actuar al Espíritu Santo en tu vida.

Y también ser sacerdotes, profetas y reyes. Sacerdotes, intercesores por nuestros hermanos. Profetas, porque nuestra vida se convierte en un signo del amor de Dios para los demás. Profetas del bien, de la verdad y de la belleza. Reyes proclamando que Jesucristo es Señor, Señor de la historia y, por tanto, viviendo en esperanza, y con la confianza de que no hay nada ni nadie que nos pueda separar del amor de Dios; con la confianza de que para Dios no hay nada imposible; con la certeza de que Dios no deja de amarnos nunca y con la certeza de que cada día derrama el Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra. Espíritu creador, Espíritu consolador, Espíritu santificador… que lo hace todo nuevo.

¡Ven Espíritu Santo! 🔥

¡Feliz Domingo de Pentecostés! ¡Feliz Eucaristía!

Homilias de D. Jorge Miró

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