Domingo, 4 de septiembre de 2022

23º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Sab 9, 13-18.  ¿Quién se imaginará lo que el Señor quiere?

Sal 89.  Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Flm 9b-10. 12-17.  Recóbralo, no como esclavo, sino como un hermano querido.

Lc 14, 25-33.  Aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

En el evangelio contemplamos cómo mucha gente acompañaba a Jesús.

Entre ellos, algunos eran simples curiosos, que iban a ver lo que pasaba, lo que hacía Jesús, pero sin ninguna intención de seguirle. Están más con las cosas de Jesús que con Jesús. Viven esperando signos extraordinarios que “certifiquen” la Palabra del Señor, y no se dan cuenta de que los milagros no pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos, son signos que invitan a «creer» en Jesús y fortalecen la fe (cf. Catecismo 548).

Otros eran simpatizantes, que escuchan con agrado a Jesús, pero que no se deciden a seguirle; merodean mucho alrededor de Jesús, pero no se encuentran con Él, siempre tienen alguna buena “excusa” para aplazar el seguimiento.

También había algunos piadosos, que, conocen todas las tradiciones y devociones, hasta en la “letra pequeña”. Puede que recen mucho, pero su corazón está lejos del Señor; buscan su propia gloria y no la de Dios; buscan hacer su propia voluntad y no la de Dios (cf. Mt 8, 21-23).

Y también están los discípulos. 

¿Quiénes son los discípulos? Nos lo ha dicho Jesús: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío… todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Discípulo es el que ha tenido un encuentro personal con Jesucristo resucitado, vive de la fe, abierto a la acción del Espíritu Santo, y deja que su vida la lleve el Señor.

Y esto no es un moralismo, sino el comienzo de una vida nueva. 

Si acoges en su corazón el amor gratuito de Dios; si crees que Dios te ama tal y como eres y te invita a vivir una vida nueva; si crees que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti; si acoges cada día el don del Espíritu Santo, verás como el Señor te regala una vida nueva.

Tan nueva que san Pablo le pedirá a Filemón que acoja a Onésimo como lo que es: un hermano, renacido en el bautismo por el agua y el Espíritu.

Tan nueva que toda nuestra vida será alegría y júbilo.

¿Dónde estás tú? ¿Dónde quieres estar?

Para ser discípulo, necesitas el Espíritu Santo: nadie puede decir “¡Jesús es Señor!”, si no lo hace movido por el Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3).

Cristo te invita a que renuncies a todo aquello que te impide o te dificulta seguirle a Él. A unos les estorbará el dinero, a otros los afectos desordenados, a otros su orgullo, a otros su vanidad, a otros su fama, a tí...

El Señor te llama, ¡escúchale, ámale, síguele!

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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