Domingo, 31 de octubre de 2021

31º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Dt 6, 2-6.   Escucha Israel: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.

Sal 17, 2-4.47.51.   Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

Heb 7, 23-28.   Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

Mc 12, 28b-34.   No estás lejos del Reino de Dios.

En el Evangelio vemos cómo un escriba le pregunta a Jesús ¿Qué mandamiento es el primero de todos?

La respuesta de Jesús muestra que lo decisivo no es saber cuál es el mandamiento más importante, sino buscar la fuente de todos ellos: el amor es el centro y el compendio de la Ley de Dios. El hombre ha sido creado a imagen de Dios, y Dios es amor.

Es decir, el hombre se realiza como persona en la medida en que ama con un amor como el de Dios: gratuito, fiel, generoso, total. En la medida en que sale de sí mismo y puede donarse.

Ser cristiano es haber descubierto que Dios te ama gratuitamente; es estar enamorado de Jesucristo, es empezar a responder al amor de Dios, hasta que un día, puedes amarle con todo tu corazón… Es vivir la vida nueva que el Espíritu Santo va haciendo en ti. Es vivir la vida como una historia de amor con el Señor.

Al ser alcanzado por el amor de Dios, empieza a cambiar tu vida. Empiezas a amar con ese mismo amor. Por eso, ser cristiano no es un moralismo; no consiste simplemente en “cumplir” una serie de mandamientos o normas. Ser cristiano es seguir a Jesucristo, reconocerle como único Maestro y confesarle como único Señor, dejando que Él sea el Señor de tu vida.

Esta Palabra nos invita a una conversión muy profunda: a poner a Dios en el centro de tu vida, a dejar que Jesucristo sea tu Señor, y escuchar cada día al Espíritu Santo que, en medio de los combates y tribulaciones llena tu corazón de alegría, porque certifica en tu corazón que Dios te ama; que está contigo ahí, en tu cruz, en tu historia concreta; que no hay nada ni nadie que pueda separarte de este Amor.

Y entonces el Espíritu irá ordenando tu vida -contando con tu debilidad-. Hará que brote en ti el amor al prójimo, que nace de la escucha dócil y de la acogida confiada de la Palabra de Dios.

Porque amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor (Benedicto XVI, Deus caritas est 18).

Porque, el que ama a Dios, ve como la fe convierte al otro en un hermano, hijo del mismo Padre; también al pobre, al forastero, a la viuda y al huérfano.

Y el que reconoce al otro como un hermano, le ama: respeta y ayuda a su familia, no es violento con su hermano; le respeta en la castidad porque reconoce que su propio cuerpo y el de su hermano son templo del Espíritu Santo; no roba a su hermano, no le miente, no piensa ni desea cosas malas para nadie y no tiene envidia ni siente codicia por su hermano, precisamente porque el otro no es un rival, sino un hermano.

¡Ánimo! Pídele al Señor este don: poder vivir así: amando al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo.

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios