Domingo, 3 de octubre de 2021

XXVII del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Gn 2, 18-24.  Serán los dos una sola carne.

Sal 127, 1-6.  Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

Heb 2, 9-11.  El santificador y los santificados proceden todos del mismo.

Mc 10, 2-16.  Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre

La Palabra de Dios que proclamamos hoy viene a iluminar la realidad del matrimonio y de la familia, que no son una invención humana fruto de situaciones culturales e históricas particulares, algo que el hombre pueda hacer y deshacer a su antojo, sino que responden al proyecto de Dios. Así nos lo dice Jesús: al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne… lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

No es bueno que el hombre esté solo. Esta es una de las primeras palabras que Dios pronuncia después de la Creación. No estamos creados para la soledad, sino para la relación, para la comunión, para la donación.

En el proyecto de Dios, el hombre y la mujer están llamados a ser una ayuda adecuada el uno para el otro. A acoger el amor gratuito de Dios, a dejarse transformar por ese Amor que cambia la vida.

Dice el Papa Francisco que «fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona» (cf. Lumen Fidei 53).

En medio de la gran crisis que está atravesando hoy el matrimonio, los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio según el proyecto de Dios (cf. Amoris Laetitia 35).

Estamos llamados a dar testimonio de la belleza del matrimonio y de la familia que nos presenta Jesucristo. Con familias que quieren vivir cada día con Jesucristo en el centro, acogiendo el amor de Dios y dejando que el Espíritu Santo renueve el amor cada día.

Familias enamoradas de Jesucristo que creen en el poder de su Espíritu y se dejan transformar por Él.

El Señor también nos invita a tener una mirada de caridad y misericordia ante tantos matrimonios rotos. «Hay casos donde la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia» (cf. Amoris Laetitia 241).

No hay que juzgar ni condenar a las personas, sino acompañarlas en su sufrimiento, ayudarles a discernir la voluntad de Dios, sanar las heridas en vez de agrandarlas, y realizando la verdad en la caridad, ayudarles a crecer en la fe y vivirla en la Iglesia (cf. Amoris Laetitia 243).

¡Ven Espíritu Santo! ¡Renueva nuestras familias!

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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