Domingo, 28 de agosto de 2022

22º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Eclo 3, 17-20. 28-29.  Humíllate, y así alcanzarás el favor del Señor.

Sal 67.  Tu bondad, oh Dios, preparó una casa para los pobres.

Heb 12, 18-29. 22-24a.  Vosotros os habéis acercado al Monte Sión, ciudad del Dios vivo.

Lc 14, 1. 7-14.  El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos llama como siempre a la conversión. Nos previene contra la peor de todas las idolatrías, la de creer que tú eres dios. 

El Evangelio nos invita a vivir en la humildad, como Jesús. Nos lo ha recordado el Aleluya: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

Eso es lo que ha hecho Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8, 9), se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo (cf. Flp 2, 6-7).

Pídele al Espíritu Santo que te recuerde cada día que tú no eres el Creador, sino la criatura; que tú no puedes darte la vida a ti mismo. Que tú no eres el Maestro, sino el discípulo; que tú no eres el Señor, sino el siervo.

El ir buscando los primeros puestos, no es un problema de moralismo, sino que en el fondo es un signo de un mal más profundo: experimentar un gran vacío y una profunda soledad en el corazón. Es ir buscando “sucedáneos” para tratar de llenar un corazón insatisfecho.

El problema está en que sólo hay uno capaz de llenar del todo el corazón: ¡Sólo Dios basta! Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón anda inquieto hasta que no descansa en ti (S. Agustín).

Si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida.

En cambio, si buscas los puestos de honor, encontrarás tal vez el “glamour” de este mundo, el éxito, el dinero… pero ahí difícilmente encontrarás al Señor. Ahí encontrarás vanidad de vanidades, todo era vanidad y caza de viento (cf. Qo 2, 11).

Pero, ¿qué es la humildad?

La humildad es la puerta de la fe. Es el “humus”, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.

La humildad es dejarte hacer por el Señor, que te va modelando cada día con su Palabra, con tu historia, con tu cruz…

La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.

La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.

La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el don de su Espíritu.

La humildad te lleva a salir de la autosuficiencia narcisista y autorreferencial, de la arrogancia, del selfie existencial, para reconocer que todo es don; la humildad que te lleva a aceptar tus pobrezas, tu debilidad y a entregárselas al Señor para que las sane; te lleva a entrar en tu historia, la historia de tu familia, de tu sacerdocio, de tu consagración religiosa… y encontrarte ahí con Jesucristo Resucitado que lo hace todo nuevo por el poder de su Espíritu.

La humildad te lleva a fiarte que los criterios y los planes del Señor son mejores que los tuyos… Te lleva a confiarte al amor de Dios, Amor que se vuelve medida y criterio de tu propia vida. Te lleva a ser agradecido.

La fe se vive en la gratuidad y se expresa en la alabanza. La gratitud es la memoria del corazón.

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Homilias de D. Jorge Miró

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