Domingo, 23 de enero de 2022

3º del Tiempo Ordinario Domingo de la Palabra de Dios

Lecturas:

Ne 8, 2-4a.5-6.8-10.  El pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley.

Sal 18, 8-10.15.   Tus Palabras, Señor, son espíritu y vida.

1 Co 12, 12-30.   Vosotros sois el cuerpo de Cristo

Lc 1- 1-4; 4, 14-21.   Hoy se cumple esta Escritura

La Palabra de Dios es el centro de la liturgia de hoy: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida, hemos cantado en el Salmo. Hoy celebramos el domingo de la Palabra de Dios, establecido para celebrar y acoger cada vez mejor el don que Dios nos ha dado y da cada día de su Palabra a su Pueblo (Francisco, 26-I-2020).

La liturgia nos invita a escuchar con gozo la Palabra de Dios. Palabra que nos muestra el camino de la salvación.

Dios nos habla por medio de su Palabra, que es palabra de vida, de amor, de salvación. Nosotros recibimos la Palabra en la Iglesia. Acoger confiadamente la Palabra de Dios y vivir en la Iglesia son dos pilares básicos en la vida del cristiano: nadie puede tener a Dios por padre si no tiene a la Iglesia por madre (San Cipriano).

Las lecturas presentan tres personajes. Primero, Esdras, que convoca a la comunidad para que escuche la Palabra de Dios y haga fiesta. Esta Palabra, escuchada con oído atento y acogida con un corazón humilde da fruto: hace brotar lágrimas de auténtica conversión. Pero lágrimas compungidas que no llevan a la desesperación sino a la alegría agradecida de experimentar la salvación gratuita que Dios nos regala.

Después, Pablo nos muestra cómo la Palabra nos congrega como pueblo de Dios, y nos explica que Cristo y nosotros formamos un solo cuerpo.

Jesús te llama a vivir la fe en la Iglesia.  No hemos sido creados para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación.

En la Iglesia todos tenemos un compromiso y una tarea. Y, hoy, la Palabra de Dios te invita a tomar conciencia de tu papel en la Iglesia: tú eres importante, porque tú eres Iglesia. Todos los carismas, todos los dones que el Espíritu te ha dado son necesarios.

Necesarios no para lucirte y acabar robándole la gloria a Dios. Necesarios para la misión que el Señor te encomienda. No la que tú proyectas, sino la que el Señor te encomienda.

La comparación de la Iglesia con el cuerpo ilumina la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia no está solamente reunida en torno a Cristo: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. 

Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo.

Pero la unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: En la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia (cf. Catecismo 789-791).

La Iglesia prolonga en la historia la presencia del Señor resucitado, especialmente mediante los sacramentos, la Palabra de Dios, los carismas y los ministerios distribuidos en la comunidad. Por eso, precisamente en Cristo y en el Espíritu la Iglesia es una y santa, es decir, una íntima comunión que trasciende las capacidades humanas y las sostiene (cf. Benedicto XVI, Ángelus, 24-I-2010).

Finalmente, Jesús, en la sinagoga de Nazaret, comienza su predicación anunciando a sus paisanos que en él se cumplen las antiguas profecías sobre el Mesías esperado.

Él, ungido por el Espíritu Santo, ha sido enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor.

Esta escena es como el programa de lo que va a ser el ministerio de Jesús. También anuncia el camino futuro de la Iglesia.

El hoy, proclamado por Cristo aquel día, vale para todos los tiempos y nos anuncia que Jesucristo es el Señor, el Salvador, y que su palabra tiene poder: Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu. Es una palabra eficaz que se cumple en el corazón del que la acoge.

Si hoy escuchas la voz del Señor, no dejes que se endurezca tu corazón. Si crees, ¡verás la gloria de Dios!

Él te quiere unido con amor a la Iglesia, te quiere trabajando en ella, con ella y por ella. Dios quiere que seas un cristiano vivo, dócil al Espíritu. ¿Te animas?

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ?(cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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