Domingo, 21 de agosto de 2022

21º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Is 66, 18-21.  De todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos.

Sal 116.  Id al mundo entero y proclamad el evangelio.

Heb 12, 5-7. 11-13.  El Señor reprende a los que ama.

Lc 13, 22-30.  Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de

Hoy la Palabra nos llama seriamente a la conversión. Ante la pregunta Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús nos dice: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha… muchos intentarán entrar y no podrán… hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos… vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

¿Qué nos quiere decir el Señor con todo esto? ¿Cuál es la puerta estrecha por la que hay que entrar?

El Aleluya nos da luz para entenderlo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí (cf. Jn 14, 5). La puerta es Jesús (cf. Jn 10, 9): Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará. Jesús es el Salvador.

¿Por qué es estrecha la puerta? ¿En qué consiste el esfuerzo por entrar? Porque si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (cf. Mt 16, 24-25).

Porque el camino del discipulado es el camino de la humildad. El Padre ha escondido las cosas del Reino a los que se creen sabios y entendidos, y las ha revelado a la gente sencilla, a los pobres, a los pequeños (cf. Mt 11, 25-30).

Y si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida.

En cambio, si buscas los puestos de honor, encontrarás tal vez el “glamour” de este mundo, el éxito, el dinero… pero ahí no está el Señor. Ahí encontrarás vanidad de vanidades, todo era vanidad y caza de viento (cf. Qo 2, 11).

La humildad es la puerta de la fe. Es el humus, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.

La humildad es dejarte hacer por el Señor. El que pretenda hacerse a sí mismo, en sus fuerzas, puede que acabe escuchando: No sé de dónde sois. Alejaos de mí… El que bajo justificado a su casa no fue el fariseo, sino el publicano (cf. Lc 18, 9s).

La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.

La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.

La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el de su Espíritu, como nos ha anunciado el profeta Isaías.

Un signo de que vas acogiendo al Señor en tu corazón es la alegría que produce su presencia, alegría que lleva a la alabanza: Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. 

¡Ánimo! Pide el don del Espíritu Santo. Pídele un corazón humilde, obediente y agradecido, un corazón como el del Señor…

Porque al cielo se sube, ¡bajando!

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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