Domingo, 19 de septiembre de 2021

XXV del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Sab 2, 17-20.  Lo condenaron a muerte ignominiosa.

Sal 53, 3-6.8.  El Señor sostiene mi vida.

Sant 3, 16-4,3.  Los que procuran la paz están sembrados de paz y su fruto es la justicia.

Mc 9, 31-37. El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos

En el Evangelio contemplamos a Jesús atravesando Galilea con sus discípulos, que no acababan de entender sus palabras.

Y en Cafarnaún les pregunta: ¿De qué discutíais por el camino?  Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

En el camino de tu vida, también hoy Jesús te hace la misma pregunta: ¿De qué discutes por el camino? ¿Cuáles son los anhelos de tu corazón? ¿Cuáles son tus centros de interés en las conversaciones con tu familia, con tus amigos?

Muchas veces vamos muy despistados por el camino de la vida. Y decimos que seguimos a Jesucristo, cuando en realidad nos seguimos a nosotros mismos o seguimos los criterios y las modas del mundo.

Y es que Jesucristo no viene a poner un parche en tu vida, sino a hacerte un trasplante de corazón. A regalarte un corazón nuevo y un espíritu nuevo. A vivir una vida nueva.

Y por eso, el Señor nos muestra una lógica nueva, la del evangelio: Al cielo se sube, bajando. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Esta es la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. 

Es el don de sabiduría, que viene del Espíritu Santo y te hace poder ver a Dios en medio de la vida cotidiana; y así, la vida tiene sabor, tiene sentido, más allá de las circunstancias concretas, porque está el Espíritu Santo haciéndolo todo nuevo, y entonces vives la experiencia de que no hay nada ni nadie que pueda separarme del amor de Dios, y todo lo puedo en Aquel que me conforta (cf. Rom 8, 38; Flp 4, 13).

El secreto de esta sabiduría está en hacerse pequeño, como un niño. Esta es la verdadera humildad, sin la cual no se puede ser discípulo: el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí.

Los niños simbolizan a los auténticos discípulos. Hay que acoger el reino como un niño pequeño, recibirlo con sencillez como don del Padre, en lugar de exigirlo como un derecho.

Por eso, le dirá Jesús a Nicodemo que hay que nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios: nacer de agua y de Espíritu (cf. Jn 3, 5).

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Homilias de D. Jorge Miró

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