Domingo, 16 de mayo de 2021

La Ascensión del Señor

Lecturas:

Hch 1, 1-11.  Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista.

 Sal 46, 2-3.6-9.  Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.

Ef 1, 17-23.  Lo sentó a la derecha en el cielo.

 Mt 28, 16-20. Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Celebramos hoy la ASCENSIÓN DEL SEÑOR, fiesta que tiene un significado profundo para nuestra fe: cuarenta días después de la Resurrección fue elevado al cielo en presencia de los discípulos, sentándose a la derecha del Padre, hasta que venga en su gloria a juzgar a vivos y muertos.

Al subir al cielo, Jesucristo revela de modo inequívoco su divinidad: vuelve al lugar de donde había venido, a Dios, después de haber realizado su misión en la tierra.

Además, la Ascensión revela la grandeza de la vocación de toda persona humana, llamada a la vida eterna. Cristo sube al cielo con nuestra humanidad que asumió y que resucitó de entre los muertos.

Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra… Es Señor del cosmos y de la historia. Él intercede por nosotros como mediador que nos asegura la perenne efusión del Espíritu.

Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia (cf. Catecismo 668s).

La Ascensión del Señor marca el cumplimiento de la misión de Jesucristo en la tierra y el comienzo de la misión de la Iglesia como continuadora de la obra de Jesucristo: todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo.

Por ello, también es una fiesta eminentemente misionera y evangelizadora.

Jesucristo envía a la Iglesia –te envía también a ti– a continuar su obra de salvación para todos los hombres de todos los tiempos. Envía a los Apóstoles a ser sus testigos, a predicar la conversión y el perdón de los pecados: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que no crea será condenado.

Además, Jesús nos promete el don del Espíritu Santo que nos regala poder vivir en la confianza: los apóstoles le preguntaron a Jesús: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel? Que es como si tú y yo le preguntáramos: “Señor, ¿es ahora cuando vas a resolver mis problemas?”.

Y Jesús nos responde como a los Apóstoles: No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos… hasta el confín de la tierra.

Ahora va a comenzar el tiempo del Espíritu. El domingo que viene celebramos Pentecostés. El Espíritu es el que hará la obra de la nueva creación. Lo renovará todo… Si tú le dejas.

Y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

¿Qué signos? Los de la nueva creación que el Espíritu Santo va realizando en aquel que acoge a Jesucristo en su vida y que ya son de alguna manera anunciados en el AT (cf. Is 11, 6-8; Sal 91,3). Signos que muestran la salvación que trae Jesucristo y manifiestan su Señorío, su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.

Para poder recibir el don del Espíritu Santo te invita a abrir el corazón y a que proclames a Jesucristo Señor de tu vida, de toda tu vida. ¡Que no haya ningún “rincón” de tu vida sin iluminar por la luz de Cristo!

Y mientras Jesús los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.

Jesús te bendice, habla bien de ti. Te ama. No dejará de amarte nunca… Y estará contigo todos los días hasta el fin del mundo. Este es el fundamento de nuestra esperanza: la certeza de que no hay nada ni nadie que te pueda separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¡Os daré un corazón nuevo!  (cf. Ez 36, 26).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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