Domingo, 16 de enero de 2022

2º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Is 62, 1-5.  Se regocija el marido con su esposa.

Sal 95.  Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.

1 Co 12, 4-11.  El mismo y único Espíritu reparte a cada uno en particular como él quiere.

Jn 2, 1-11.  Este es el primero de los signos que Jesús realizó en Caná.

El pasado domingo, con la celebración del Bautismo del Señor, concluyó el tiempo de Navidad y comenzó el tiempo ordinario del Año litúrgico, que nos invita a vivir nuestra vida cotidiana como un camino de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús, el Maestro y el Señor.

En estos primeros domingos, antes de la Cuaresma, vamos a ir descubriendo que ser cristiano no es un moralismo, sino seguir a Jesús y, por tanto, vamos a ir viendo las actitudes fundamentales del discípulo, como preparación para poder escuchar y acoger toda la predicación de Jesús.

Y la Palabra hoy nos muestra la novedad de la vida nueva que nos trae Jesucristo.

El milagro de Caná acontece siete días después de que Juan Bautista señalara a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: comienza un tiempo nuevo, la nueva creación. 

El marco de la boda, nos habla de la nueva alianza. El agua es el agua de las purificaciones antiguas, que son sustituidas por el vino nuevo.

El signo de Caná inaugura los tiempos nuevos queridos por Dios y anunciados por los profetas: Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios… Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo. 

Jesús es el Esposo, el Mesías que viene de parte de Dios para realizar la alianza nupcial con su pueblo. María es la mujer perfecta, la nueva Eva, que se halla junto al nuevo Adán en el nacimiento de la nueva humanidad.

La gran novedad que ha traído Jesús es la entrega de su Espíritu, de la que cada uno tiene una manifestación en la comunidad para el bien común: a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.

La abundancia de carismas evidencia la acogida del don del Espíritu Santo y llena de alegría y gozo la vida de la Iglesia, pues es ahí donde se manifiesta la fecundidad que viene del Espíritu.

El carisma es mucho más que una cualidad personal: es una gracia, un don concedido por Dios Padre, a través de la acción del Espíritu Santo. Y es un don gratuito que se da a alguien no porque sea mejor que los demás o porque se lo haya merecido: es un regalo que Dios le hace para que con la misma gratuidad y el mismo amor lo ponga al servicio de toda la comunidad, para el bien de todos. El carisma es un don: sólo Dios lo da.

Uno no puede comprender por sí solo si tiene un carisma, y cuál es. Es en el seno de la comunidad donde brotan y florecen los dones con los cuales nos colma el Padre; y es en el seno de la comunidad donde se aprende a reconocerlos como un signo de su amor por todos sus hijos (cf. FRANCISCO, 1-X-2014).

El primer signo de la presencia del Espíritu es confesar que Jesús es el Señor: nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», sino por el Espíritu Santo (cf. 1 Cor 12, 3). Confesión de fe, que no es pura teoría, sino comenzar el camino del discipulado: Haced lo que Él os diga.

Ser cristiano no es un moralismo. Ser cristiano es seguir a Jesús. No es el mero cumplimiento de normas; sino el comienzo de una vida nueva en la que vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí (cf. Gal 2, 20).

Ser cristiano es seguir a Jesús, vivir como vivió Él, dejar que Él lleve tu vida, dejar que Jesucristo sea el Señor de tu vida, de toda tu vida.

¡Haz como Jesús, que pasó por este mundo siendo fiel a la voluntad de Dios Padre y haciendo el bien a todos! Así encontrarás la verdadera felicidad.

Si crees, ¡verás la gloria de Dios!

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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